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El libro y sus símbolos
era tartamudo. Ese libro informa que cuando Dios le ordenó ponerse al
frente de las tribus para atravesar el desierto, Moisés invocó aquel de-
fecto a fin de que lo relevara de esa carga y que Dios, en vez de relevar-
lo, removió el obstáculo ordenando una curiosa triangulación: Él diría a
Moisés su palabra y Moisés se la transmitiría a su hermano Aarón para
que fuese este último quien se dirigiera al pueblo: «Él hablará por ti al
pueblo —dijo en esa oportunidad Yahweh—; él te será a ti en lugar de
boca y tú serás a él en lugar de Dios» (Ex. 4,16). Así, la palabra hablada
sufriría una mediación y un distanciamiento y tal vez ello explique su
relativa debilidad frente a la contundencia de la escritura y sobre todo el
hecho de que Moisés sea recordado, por sobre todas las cosas, como el
autor de los cinco rollos de la Ley que los israelitas llaman la
Torah
y
nosotros, por influencia griega, llamamos
Pentateuco.
Esos cinco rollos
son, propiamente, el fundamento de la cultura hebrea clásica y de la
religión que se confunde con ella.
Se trata, pues, del libro sagrado por excelencia, de la fuente de
toda la justicia y de la revelación de toda la verdad. Sagrado e irrebasable,
este Libro desarrolló una poderosa actividad metonímica que contagió
su sacralidad a todo lo que quedó relacionado con él: el lugar donde se
deposita, los hombres que lo tocan y manejan, los caracteres con que
está escrito, los instrumentos de que se sirve, la voz que lo da a conocer,
el día y la hora en que los fieles escuchan su lectura. Esta sacralidad que
lo volvía inamovible era tan restrictiva que, hacia los siglos
VI
y
V
a. C.,
cuando la escritura paleohebrea en que estaba compuesto fue cediendo
a un nuevo tipo de caracteres que tendían a una forma angulosa y rec-
tangular que los eruditos denominan «escritura cuadrada», los escribas
y sacerdotes afrontaron una larga discusión para determinar si era lícito
volcar el Libro en esos caracteres, habida cuenta de que a esa altura
casi nadie era capaz de leer los caracteres antiguos. A la larga la actitud