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Raúl Dorra
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los términos de su justicia: «Al que pecare contra mí, a éste raeré yo de
mi libro» (Ex. 32,32-33). Muchos siglos más tarde, el propio Jesús ratifi-
cará la certeza de que la mirada de Dios lee todos los signos: «¿No se
venden cinco pajarillos por dos cuartos? —reflexionará ante sus discí-
pulos— Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. Pues
aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados» (Le 12,6-7).
El cristianismo continuará la idea hebrea del Libro como entidad de
naturaleza sagrada y de dimensiones absolutas pero le irá agregando
formas derivadas de su propio desarrollo. Jesús era un Maestro de la
escritura, un individuo dotado de tal conocimiento del libro y de tan mi-
nuciosa sabiduría interpretativa que ya a los doce años pudo asombrar a
los doctores de la ley cuando se sentó en medio de ellos en el Templo.
Sin embargo, al revés de Moisés, éste fue un Maestro oral, un elocuente
que sólo una vez «inclinado hacia el suelo, escribió en tierra con el dedo»
(Jn 8,6). Esta paradójica imagen de Jesús —esencial para la teología de
la contradicción que desarrolló el cristianismo— no quedaría sin conse-
cuencias: ella pondría en actividad, más o menos rápidamente, los térmi-
nos polares de la oralidad y la escritura, de lo popular y de lo culto, y,
más a la larga, determinaría una tensión entre la naturaleza y el espíritu,
la experimentación científica y la especulación teológica.
El equivalente de la Torah en la literatura cristiana son los Evange-
lios pues, como sabemos, en ellos está contenida la revelación central.
Los manuscritos evangélicos circularon como libros en forma de rollo
pero lo hicieron en un tiempo en que esa forma comenzaba a ser reem-
plazada por la del códice, sobre todo desde que se fabricaba la vitela, un
pergamino más suave y más ligero confeccionado con pieles de anima-
les jóvenes. Un códice era un conjunto de pergaminos cortados, plega-
dos y metidos uno dentro del otro. El códice tenía casi la forma actual
del libro pues constaba de varias hojas escritas por los dos lados, hojas a