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El libro y sus símbolos
lo.
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Se sabe que la técnica de fabricación del papel fue otro bien que
llegó a Europa desde la España musulmana y que el primer libro de ese
nuevo material conservado en Occidente es un misal toledano del que,
en un inventario del siglo
XIII
, se registra que estaba confeccionado en
«pergamino de trapo».
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Aunque lentamente, las obvias ventajas del pa-
pel para la circulación de la escritura lo fueron imponiendo y hacia el
siglo
XV
su uso se había generalizado. También en ese siglo se desarro-
lló el arte de la tipografía con el auxilio de la imprenta, una invención
cuya paternidad los alemanes atribuyeron a su conciudadano Gutenberg
y cuyos rudimentos ya habían ensayado los chinos de la Dinastía Tang,
hacia el siglo
VII
. El desarrollo del arte de la tipografía multiplicó la cir-
culación de los libros y abarató sus precios hasta volverlo progresiva-
mente un objeto doméstico. Esta nueva circunstancia inauguró otro tipo
de contacto entre el lector y el libro, un acceso personal privado y silen-
cioso. La relativa facilidad en que el libro llegaba hasta el lector fue
haciendo de la lectura un acto de recogimiento. Leer fue entonces leer-
se, entrar profundamente en la propia intimidad, tal como, mucho des-
pués, Marcel Proust describiera la operación de la lectura. El libro llegó
incluso a los altos aposentos de las damas aristócratas cuyas tardes a
menudo solitarias comenzaron a poblarse de las quejas de Tristán, el
caballero al que un filtro de amor arrastraba sin remedio hasta los bra-
zos de la Rubia Isolda, o de las aventuras que la Reina Geneviéve inspi-
raba en Lancelote, otro adúltero como aquél, otro inocente. Esa forma
de lectura promovió una nueva sensibilidad, se convirtió en tentación y
hasta a veces en un vicio de mujeres y de tímidos; pero fue sobre todo
un ejercicio intelectual que adquiriría valores absolutos. Acomienzos del
7
Ver:
Introducción al libro y a las bibliotecas
de Agustín Millares Carlo,
FCE
,
1971.
8
Ver el citado ensayo de Menéndez Pidal.