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Mardonio Morales E.
SJ
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zón cada una de las vivencias que van experimentando con él. Pero son
rudos, con todos los espontáneos defectos de quien debe luchar a diario
por el sustento. Jesús quiere formar con ellos una familia, una comunidad.
En esa misma última cena aparecen con evidencia, juntamente con
su sinceridad, una serie de pequeñeces y defectos que hacen prever —en
lo humano— el mayor fracaso de la historia. Por ejemplo, Pedro, el más
vehemente y generoso colaborador de Jesús, es un fanfarrón que no
tardará, esa misma noche, en negar a Jesús. Otro, Judas, el traidor que
no dudará en entregarlo personalmente, por el precio de unas cuantas
monedas. Los otros diez saldrán huyendo y dejarán solo a Jesús, que
será preso, juzgado, condenado y muerto, sin que ninguno mueva un
dedo en su defensa.
La promesa de Jesús está ahí: «resucitaré al tercer día, volveré a mi
Padre; a ustedes les enviaré el Espíritu Consolador, y así darán testimonio
de mí por todo el mundo.» Después de la tragedia de la Cruz, Jesús los
reúne y reanima durante cuarenta días. Sube al cielo delante de ellos.
Diez días después reciben al Espíritu Consolador, y quedan transforma-
dos. La promesa de Jesús se cumple: no quedarán solos. Hasta el fin de
los tiempos, los discípulos de Jesús contarán con la asistencia continua del
Espíritu que Jesús les envía por encargo del Padre. El libro de los
Hechos
de los Apóstoles nos presenta esta actividad del Espíritu Santo en la vida,
trabajo y lucha de los discípulos, que a pesar de sus limitaciones humanas,
van siendo testigos fieles y esforzados de Jesucristo Salvador. De la vida
eclesial que nos exponen los
Hechos
de los Apóstoles,
sacamos la verdad
revelada y que podemos constatar: no estamos solos.
2. El Nuevo Mundo
Pasarán mil quinientos años, en los que el Espíritu Santo continuó su
trabajo en los discípulos como testigos de Jesús y en las culturas huma-