Mardonio Morales E.
SJ
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comunidad y no dependeremos de si ustedes están o no están entre
nosotros».
De esta manera nos expresaron en qué estábamos oprimiéndolos.
Les quitábamos el derecho a llevar en sus manos la obra de Jesús, por-
que les quitábamos el acceso al Espíritu que Jesús había dado a todos
sus seguidores. Don Samuel aceptó lealmente el cuestionamiento, e ini-
ció de inmediato el proceso que nos llevaba a dar a los indígenas el
Espíritu Santo que cuida a la comunidad. En las diversas comunidades
escogieron a los candidatos que, después de tres a cinco años de prue-
ba, pudieran acceder al Diaconado permanente. Asimismo poco a poco
se fue estructurando un diaconado que respondiera a las características
culturales del indígena. O sea, que viviera, como todo indígena campesi-
no, del fruto de sus manos, que atendiera a su esposa e hijos, que parti-
cipara en todo del modo de ser en su propia cultura, que viviera en
comunidad con sus gentes y tuviera como característica propia el ser
servidor de los demás conforme al carisma indígena del ejercicio del
poder que es estar al servicio de los demás. Su mujer participaría como
esposa, del ministerio. La comunidad nombraría Principal al hombre y
su mujer para velar y acompañar la actividad del candidato al diaconado.
Este proceso y este lento caminar dio frutos extraordinarios para ir
estructurando una iglesia autóctona en plena consonancia con la Iglesia
universal. No cabía duda, el Espíritu Santo estaba con nosotros.
9. Bajo el signo de la contradicción
Sin embargo, la contradicción se presentó. En un principio, después de
las inspiradas palabras del Principal Domingo Gómez que nos pusieron
de manifiesto en qué estaba nuestra opresión ec1esial sobre ellos, se
inició un proceso entusiasmante en el que las comunidades escogieron
sus candidatos al Diaconado permanente, previsto por el Concilio Vati-