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Misión de Bachajón, Chiapas
cano
II
. Todos estábamos de plácemes por este inicio prometedor. Don
Samuel avaló este nombramiento de las comunidades y se comenzó la
experiencia de prueba que se planeaba fuera de tres a cinco años. Des-
pués de una evaluación, se determinaría el camino a seguir.
La problemática no era sencilla. Se partía del hecho de la partici-
pación comunitaria, característica de las etnias indígenas de América
Latina. Por una parte, teníamos el cuestionamiento expreso de la nece-
sidad de superar una Iglesia autoritaria que de una u otra manera se
imponía culturalmente y de hecho impedía que las etnias tuvieran voz
propia en el desarrollo de la evangelización de sus pueblos. Por otra
parte, la experiencia comunitaria abría posibilidades de encontrar cami-
nos inéditos de una iglesia más participativa, que pudiera superar la rigi-
dez de una c1ericalización que trasladara esquemas ajenos a la comunidad
e impusiera un caciquismo de nuevo cuño. La discusión fue larga y
penosa. Ambas posturas buscaban dar a las comunidades esa libertad
evangélica, característica de los inicios apostólicos, que atendiendo a su
propio «genio», lograra configurar una Iglesia de rostro y corazón ver-
daderamente indígena.
No se llegaba a un acuerdo de ambas tendencias. El signo estaba
puesto: la elección comunitaria de los candidatos al Diaconado. Pero
¿cómo superar la tentación de c1ericalizar el proceso? ¿Cómo lograr
que fuera un legítimo impulso a una participación verdaderamente co-
munitaria, que tuviera la fuerza del «acuerdo» comunitario y no cayera
en un cacicazgo asfixiante? Se llegó a un estancamiento del proceso por
lo cual no se avanzaba en ninguna dirección.
Las comunidades se encargaron, con la percepción característica
de su vida comunitaria, de romper la inmovilidad en que se había caído.
Ellos en su práctica vital habían integrado los dos elementos en choque:
el estabilizador, que podía llevar al clericalismo y al caciquismo; y el