240
Valdivia
«Me despertó en la madrugada el ruido del agua. Desperté a mi
esposa y a mis hijas y con lo que teníamos puesto salimos de la casa, ya
con el agua en la cintura. Intentamos escapar de la corriente pero no fue
posible, nos tuvimos que refugiar en un tejabán donde unos vecinos guar-
dan su camioneta, ya ahí pasamos lo que quedó de la noche».
Juan de Jesús era el conserje del kínder [jardín de niños] deValdivia.
Lo sigo caminando entre la arena que pareciera de un mar que de pron-
to hubiese pasado por ahí, de manera misteriosa, pero dejando acarreos
mayúsculos de arena todavía húmeda, amenazante aun en su condición
sedimentada. Camino atónito, aturdido, con más ganas de llorar que de
platicar o de preguntar. Venimos a traer ayuda, a evaluar daños, a elabo-
rar un plan de trabajo, y yo me siento paralizado, mudo. Juan de Jesús
me va mostrando y describiendo lo que eran las calles, y sobre todo las
familias que habitaban las casas ahora hundidas por la arena. Más atrás,
entre la carretera que va a la costa de Chiapas y donde caminamos,
comienza la colonia. Uno no lo sabe, pero de pronto advierte grandes
árboles de mango sepultados hasta más de la mitad de su altura. Esce-
nas como éstas van dando idea de que uno va caminando sobre Valdivia,
que Valdivia ya no existe.
Entre las casas hundidas se adivinan chozas de gente muy pobre,
pero también casas de «material» que no resistieron el embate que arra-
só personas, ganado, cultivos, casas; pasado, presente y futuro. Con-
templar un desastre es riesgoso, ya que uno se puede quebrar o
acostumbrarse. Pero es dificil volver a ser el mismo cuando a tus pies
tienes un tejado intacto, pero inmersa en la arena el resto de la casa.
«Este es el kínder, esta es la escuela, la cancha de basquetbol...».
Sólo se salvó la iglesia gracias a un furgón de ferrocarril que sirvió
de contención —pero aun la iglesia recibió el lodo— y sirvió de salva-
mento para una doctora que hace su servicio social en Valdivia.