Sergio Cházaro Flores
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El exconserje del kinder describe algunas actividades antes de la
catástrofe, señala la reparación en una de las láminas de asbesto, justo
para impedir el paso de la lluvia. Ahora el techo sirve de asiento, incluso
hay que agacharse para observar el parche de chapopote derretido. Ya
no se escucharán más gritos y cantos de niños, ya no correrán por los
patios, ya no habrá materiales con los cuales aprender, incluyendo el
globo terráqueo hundido en el fango gris pestilente.
Juan de Jesús muestra la escuela primaria. De las varias aulas sólo
asoman los techos rojos tipo
CAPFCE
. Toda la escuela hundida, hundida
toda. Y las preguntas brotan ociosas, la sensación de absurdo es inevita-
ble y recorre la piel. ¿Qué pasó aquí, dónde está Valdivia? La cancha de
basquetbol hundida, asoman los tableros con sus canastas a la mano;
entre el cemento y los aros, arena, mucha arena.
«Esta es mi casa, así quedó», diciendo esto Juan de Jesús se preci-
pita hacia un ramerío donde surge el techo de un «triciclo» y una bocina
sin el «magneto». Mueve la enramada y rescata con mucho trabajo un
aparato negro, lleno de lodo, lo sacude, le pega contra un tronco: «Me ha
de servir, es un amplificador, lo voy a reparar y voy a comenzar de
nuevo».
Algunos vecinos de otras casas hundidas en el fango extraen de
sus destechadas viviendas algo de ropa, algún mueble, el refrigerador, lo
que pueden. Es evidente que los aparatos no servirán o será muy cara
su reparación. Los campesinos están acostumbrados a utilizar cualquier
recurso y volverlo útil, a nada le hacen el feo, saben exactamente para
qué es cada cosa. Juan de Jesús pide a sus vecinos que le cuiden las
pocas pertenencias, ellos dicen que sí.
Caminamos. El sol puede provocar quemaduras de segundo grado
en pieles no aptas y en pieles acostumbradas; el grado de humedad es
perceptible en pulmones normales y en pulmones con alguna infección.