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Valdivia
La arena despide olores no sólo de humedad, sino olores ácidos, fétidos
y en algunos lugares el tufo de la putrefacción provoca arqueadas en el
estómago.
«Mire el tren».
Los furgones vencidos, un trascavo hundido. La iglesia enhiesta,
sombría, en su garganta el olor cavernoso del fango, unas bancas derri-
badas; el fango respetó la altura de una construcción que siempre desafia
al cielo. Arena, arena, arena, más arena.
«Mire. ¿Qué es esto?, parece que son papeles de la escuela».
Es cierto, son oficios irrelevantes y unas boletas de calificaciones,
pero para Juan de Jesús se trata de papeles importantes. Él barría los
pisos de la escuela, le daban órdenes de traer cosas y ahora recoge con
respeto papeles hechos para trámites burocráticos.
«No me han pagado, trajeron la nómina a un lugar que está como a
dos horas pero a mí no me llegó el cheque».
El camino se hace un laberinto entre casas hundidas. Una familia
ha rescatado de la casa un refrigerador, en su interior se ven unos cas-
carones aplastados, escarban y palean con tenacidad, sudorosos. Sobre
una mesa recién sacada y aún con el lodo casi seco se esparcen los
restos de una despensa recién llegada: atún, mermelada, botellas de plás-
tico, limones.
«Perdí mi ganado. Mucho ganado se fue con la corriente, quizás
por ahí ande algo y lo vamos a buscar, nosotros nos subimos a ese tina-
co. Ahí pasamos el agua. Dormimos de pie, mojados, hasta que vimos
en la mañana que andaban unos cerdos por ahí y se nos hizo raro con
tanta agua; entonces nos dimos cuenta de que andaban ahí pisando y
nos dimos cuenta de que pisaban tierra, de que había muchas partes con
tierra. Ahí vimos cómo el agua no vino sola sino con arena, con mucha
arena».