Sergio Cházaro Flores
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El tinaco está sobre una loza de la casa, donde eran los baños;
ahora uno pasa de la arena al tanque de agua sin tener que subir, la
arena da otra dimensión topográfica al lugar.
No quedó nada útil en miles de metros cuadrados, arena y más
arena. Con ingenuidad, Juan de Jesús relata que de la arena salieron
camaroncitos, que anduvieron buscando para comerlos. La mayoría de
los árbóles han quedado atrapados, asfixiados por masas de mineral.
De regreso, en las afueras de Valdivia, grupos de gente, mujeres,
hombres, niños, ancianos, remontan las distancias entre el calor y la
humedad, cargando con lo poco de lo recuperado, láminas, algo de ropa;
caminan hacia los albergues o refugios temporales donde arman la vida
con lo que queda, con lo poco valioso que queda.
El tronido de cuatro helicópteros Puma y las aspas de la nave pre-
sidencial arrojan al militar que saluda al Presidente, oculto ya en la pan-
za del aparato. Zedillo ha caminado; ha dado algunos pasos en la carretera
de asfalto, en uno de los tramos por donde se puede caminar; ha visitado
un albergue. Desde muy temprano en Pijijiapan se ha advertido que
llega el Presidente.
Despertar en el piso de la presidencia perredista y escuchar la voz
que llama desde Tuxtla y exige que alguien atienda la llamada porque va
a ir el gobernador. Ernesto Zedillo ha declarado hace unas horas que no
ha visto un kilo de ayuda de la sociedad. En Pijijiapan llegan tráileres, ya
de la Cruz Roja, ya de las universidades. Comestibles, agua, ropa clasi-
ficada; horas y horas de acopio y de trabajo de unas cuantas gentes que
saben que hay que entrarle, que nadie va a hacer las cosas si no se
concreta la iniciativa.
El Presidente camina rápido, demostrando que entrena todas las
mañanas a pesar de los desastres; a él le gusta el deporte. Alcanzarlo es
dificil, la gente que viene atrás de él dice: «que vaya a ver a los enfer-