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Mi experiencia posconciliar
una estructura eclesiástica vertical de autoridad no discutida que le daba
«fuerza» al que-hacer y en cierto modo al ser de la Iglesia en sus diver-
sas instancias.
Todo parecía lógico y correcto, pero el mundo había cambiado y no
se estaba repensando ni dialogando en él ni con él. El siglo
XX
nacido en
la modernidad había sufrido en su primera mitad el horror y la sangre de
dos guerras mundiales con millones de muertos, y la ciencia positiva que
en el siglo
XIX
prometía
orden
y
progreso
indefinido al ser humano,
trajo la incertidumbre y los saltos cualitativos hermenéuticos desde la
Física newtoniana a la Física cuántica, subatómica, la relatividad de
Einstein y la probabilidad por nombrar unos cuantos caminos nuevos de
ver e interpretar el mundo material. ¿Y qué con el misterio del hombre?
La Filosofía conceptual entró en crisis. Surge el existencialismo y for-
mas nuevas de pensar. Nace el psicoanálisis con el descubrimiento freu-
diano del inconsciente.
La Filosofía de la modernidad que creía firmemente en el reinado
de la diosa razón se encontró divorciada del mundo real que en muchos
puntos trascendía ya la explicación racional. El concepto con su gran
fortaleza también descubría su debilidad. El ser humano seguro en ex-
ceso de sí mismo se sentó confundido y asustado en la banqueta a con-
templar ciudades bombardeadas y una cultura occidental agonizante. Se
olvidó del
SER
y se perdió el sentido de la existencia.
Mi vivencia del Concilio
Los caminos de Dios no son nuestros caminos. Mis superiores me en-
viaron recién ordenado sacerdote y después de diez meses de estudio y
experiencia de la espiritualidad de la Compañía de Jesús en España, a la
Universidad Gregoriana en Roma para sacar un doctorado en Filosofía