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Carlos Escandón D.
SJ
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para continuar la formación de mis futuros hermanos jesuitas. No voy a
comentar mis estudios de doctorado, lo que quiero es decirles que por
esta razón, yo pude tener una vivencia casi inmediata del Concilio en su
segunda parte convocada ya por su Santidad, Pablo
VI
.
La Providencia hizo que reencontrara en Roma a mi maestro de
Historia de la Iglesia, entonces en pleno servicio de asesor de nuestros
señores obispos mexicanos. Varias veces visité al padre Olmedo en la
Curia del Padre General y salimos a pasear por las calles vecinas al
Vaticano, donde el Espíritu Santo trabajaba en el corazón de más de
2,500 obispos reunidos en largas horas de reflexión y diálogo a veces
nada sencillo y en ocasiones muy polémico. Todos estos chismes los
platicábamos de maestro a alumno y de hermano a hermano. Fue como
vivir lo humano y lo divino de la Iglesia. El Papa bueno, Juan
XXIII
, con su
gran sentido del humor dijo: «abramos las ventanas de la Iglesia» y al
abrirlas entró el ruido, la confusión del mundo y también la luz del Espíritu
Santo. Mi experiencia fue de sorpresa, de esperanza y de confrontación.
La Iglesia no podía ser la misma después del Concilio. Por eso se dice que
el Concilio Vaticano
II
fue el concilio de la Iglesia. Después del estudio
sobre la liturgia, el orden cronológico de las discusiones fueron primero
sobre la Iglesia, luego sobre los obispos y después sobre el ecumenismo.
De este trabajo salió la Constitución dogmática
Lumen gentium
sobre la Iglesia. Pretende aclarar a los fieles y a todo el mundo, la esen-
cia y misión de la Iglesia.
También nos dio el Concilio la Constitución dogmática
Dei Verbum
sobre la divina Revelación. La intención no fue presentar temas teológicos
de la revelación sino más bien la respuesta de fe del creyente y la res-
ponsabilidad de la evangelización.
Pero el documento más leído, más discutido y más citado fue la
Constitución pastoral
Gaudium et Spes
sobre la Iglesia en el mundo actual.