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Mi experiencia posconciliar
Aquí el Concilio pone a toda la Iglesia a dialogar con el mundo real, actual,
en el parteaguas de la modernidad con el posmodernismo. De allí su grito
de dolor y esperanza con que comienza el texto: «El gozo y la esperanza,
las lágrimas y angustias del hombre de nuestros días... son también gozos
y esperanzas, lágrimas y angustias de los discípulos de Cristo».
Con la vivencia inmediata de mi maestro seguía yo los últimos días
del Concilio, hasta que el 8 de diciembre de 1965 me sumé sin confun-
dirme a los miles de hombres y mujeres que en la plaza de San Pedro
vivimos la larga procesión de obispos, patriarcas y cardenales que
concelebraron con Pablo
VI
y escuchamos la homilía de acción de gra-
cias y clausura del Concilio. Fue una mañana de sol brillante y de alegría
en el corazón de los cristianos y de quienes tuvimos la suerte de ser
testigos de ese acontecimiento.
Mi experiencia, por lo que puedo recordar, fue la de un libro que se
cierra y otro que se abre. Estaba viviendo una nueva época. ¿Para qué
me iba a servir mi filosofía y mi teología preconciliar aprendida? ¿Qué
iba a permanecer, qué iba a cambiar? ¿Una angustia existencial
kierkegardiana asomaba en mi conciencia? ¿Cómo vivir la tradición sin
dejar el curso del peregrinar humano? Hube de renovar mi fe en el
Cristo de ayer, hoy y siempre. Lo que nuestros ojos vieron, lo que nues-
tras manos tocaron del verbo de la vida, eso les trasmitimos...
El Concilio comenzaba ese mediodía, fiesta de la Inmaculada Con-
cepción de María a ser ya un evento histórico. Era ya un algo del pasa-
do. Comenzaba la época posconciliar.
Mi experiencia posconciliar
Al volver al Colegio Belarmino en el antiguo palacio que san Carlos
Borromeo regaló a la Compañía de Jesús, ubicado en la vía del Semina-