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Mi experiencia posconciliar
do a cerrar un poco ¿por prudencia?, ¿por miedo?, ¿por resabios con-
ceptuales modernistas de la verdad de escuelas teológicas? Todo este
proceso a veces me ha causado tristeza y un grado de pesar y desespe-
ranza.
La tercera experiencia posconciliar no fue tan inmediata. Como en
los recién casados, fue necesario que pasaran la luna de miel y la convi-
vencia diaria manifestara la verdadera dimensión humana imperfecta
de nuestra comunidad eclesial. Somos una comunidad pecadora redimi-
da por Cristo, pero sin dejar de ser falible. Como dice san Pablo: «Aun-
que subí al tercer cielo... no sé si soy digno del cielo o de condenación».
En este caminar incierto y sujeto a la debilidad de la libertad humana
apareció el dolor por la «emulación y la contienda» tan fuertemente
denunciada por san Pablo en relación a la conducta de los corintios: «Yo
soy de Pablo»... «Yo soy de Apolo».
Fueron poco a poco apareciendo las rupturas intraeclesiales. Los
lefebristas endurecidos en la tradición litúrgica y lo que ello conllevaba;
la ultraderecha presentando la seguridad de una doctrina preconciliar
ortodoxa y la ultraizquierda presentado una Iglesia popular sin la autori-
dad jerárquica de los obispos. Se comenzó a vivir un Cristianismo sin
Iglesia, y una Iglesia sin diálogo. Se endureció una Iglesia tradicional
contra una Iglesia innovadora. Se comenzó a vivir una verdad individual
contra una verdad social, se fue cayendo en el relativismo gnoseológico
y de allí a la permisividad bajo el título de tolerancia y respeto al pluralis-
mo. La unidad de la Iglesia comenzó a fracturarse y eso generó en mi
experiencia personal mucho dolor y no poca confusión.
Finalmente se van presentando nuevos retos y desafíos. El dolor es
parte de la pasión o misterio de la Cruz de Cristo que nos ha de llevar a
una resurrección eclesial. Los retos los veo como un fuerte llamado a la
interioridad y a la mística. Los fieles tienen hambre y sed de Sentido,