Jorge Basaldúa Silva
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deseada. Así, entre ellos encontramos expresiones como: «no tuve otro
remedio que venir a esta escuela», «me dio tristeza saber que me ha-
bía tocado el
CETIS
».
Dichas expresiones están fundadas no sólo en una percepción
prejuiciada de la escuela, sino se ven reforzadas por las condiciones de
ésta: «llegué buscando las áreas deportivas, como no las encontré me
deprimí mucho», «al llegar tuve la impresión de que era una escuela muy
descuidada.» Estas instituciones intentan cambiar esa percepción a tra-
vés de un curso de inducción que busca convencer a los jóvenes que allí
tienen una buena oportunidad para estudiar. Si bien este curso no cam-
bia tal apreciación, sí tiene repercusiones en la actitud de los estudian-
tes, quienes van adaptándose a la situación y a la vida de la escuela.
Es claro que la escuela, no obstante su poco atractivo, sigue repre-
sentando para ellos una opción válida, «lo importante no es ser de cual-
quier institución sino ser estudiante.» Creo que a la institución educativa
no le interesa capitalizar esa presencia que aún tiene entre los jóvenes y
mantiene estructuras rígidas y, en muchos casos, obsoletas. No intenta
adecuarse a las nuevas realidades de los sujetos jóvenes. Parece estar
dispuesta a no ceder el poder, a normar de manera casi total la vida
estudiantil antes de permitir que a los jóvenes desarrollen criterios pro-
pios. La vigilancia se constituye en el mecanismo por excelencia para
garantizar la disciplina en la escuela; ésta no les brinda oportunidades ni
condiciones para un desarrollo socio/moral que fomente la independen-
cia, creatividad e iniciativas. Y aunque los estudiantes consideren que
esas medidas no son adecuadas («te quieren tratar igual que en la se-
cundaria» «los prefectos andan detrás de nosotros»), de alguna manera
aceptan este «orden» que han vivido durante muchos años de experien-
cia escolar.
Al parecer la institución educativa tiene miedo, percibe que algo