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Roberto Ignacio Alonso Muñoz
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pluralismo, el relativismo cultural, la pérdida de memoria histórica y la
tonalidad fundamentalista, los localismos y la fiebre comunitarista como
posturas antagónicas.
Entendida como el resultado, por reacción, al proyecto de la mo-
dernidad, o bien como consecuencia del desencanto de los grandes rela-
tos, la posmodernidad, afirma Manuel Fernández del Riesgo (2000), se
ha ido configurando por los siguientes rasgos: mentalidad pragmático-
operacional (lo que sirva sin reflexión); visión fragmentada de la reali-
dad (realidad en pedazos); antropocentrismo relativizador (cada quien
posee su verdad); atomismo social (desmembración de la sociedad y
aislamiento); hedonismo (la ley del mínimo esfuerzo, el placer y la ven-
taja); renuncia al compromiso y desenganche institucional en todos los
niveles (político, ideológico, religioso y familiar).
A tal grado ha llegado el análisis prospectivo de lo que le depara a
la humanidad, que en la reflexión filosófica moral se ha abierto paso a la
necesidad de lograr un consenso básico alrededor de una ética de míni-
mos. Actuar a partir de la noción de una responsabilidad global en favor
del planeta (Küng, 2006) representa un talante ético perentorio para
garantizar la supervivencia de la humanidad. En sentido opuesto, su
inviabilidad equivaldría a la declaración de nuestra acta de defunción.
Como se podrá constatar, los retos son muchos y complejos. De
forma aislada e incomunicada, asumirlos con una actitud triunfalista es
pura ilusión sin fundamento. Apasionarse por las grandes narrativas uni-
tarias, como si no hubiera pasado nada y todo siguiera operando igual,
imposibilita afrontar un mayúsculo desafío de manera inteligente y críti-
ca. Contrariamente, partir de una lectura apropiada de nuestro tiempo
con vistas a diseñar algunos trazos para su mejoramiento desde la arti-
culación de esfuerzos, supone un quehacer imperante. Y en esta empre-
sa no puede quedar al margen la labor educativa.