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Jorge Martínez Sánchez
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ternas, por nuestra situación psicológica, por la presión social, por nuestra
educación, nuestra historia y cultura y, en definitiva, por nuestra informa-
ción genética? O, quizá, las decisiones que tomamos sean mera ilusión en
una realidad en la cual todo se debe a la casualidad, gobernada por leyes
probabilísticas de combinaciones químicas. Que nuestras acciones estén
predeterminadas ha sido afirmado por algunos filósofos
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y psicólogos;
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que sean producto del azar, por algunos neurofisiólogos contemporáneos,
para los cuales toda nuestra actuación se explica por interacciones quími-
cas en nuestro organismo, sobre todo en el área cerebral.
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Ambas posturas, sin embargo, ceden ante un análisis lógico y, so-
bre todo, contradicen nuestra experiencia vivencial, al no corresponder
con el contenido de nuestra conciencia. Veamos esto con algún detalle.
Afirmar que todas nuestras decisiones están completamente de-
terminadas por algunas causas, ya sean psicológicas, sociales, cultura-
les o de cualquier índole (incluso genéticas), conlleva una contradicción.
Porque si una decisión está determinada por varias causas, cada una de
esas causas estará, a su vez, determinada por otras; cada una de estas
por otras más y así en sucesión creciente de ramificaciones sin fin. Esto
es lo mismo que afirmar que, en definitiva, no pueden conocerse todas
las causas de una decisión; no por una cuestión de tiempo, de inteligen-
cia o de recursos: es simplemente imposible, pues cada vez que llegára-
mos a determinar un conjunto de causas, nos veríamos en la necesidad
de determinar otro conjunto anterior y mayor. Concluir que una decisión
está determinada por un conjunto infinito de causas que se pierde en una
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La historia del pensamiento filosófico suele citar a Hobbes (1651) como precur-
sor de esta postura.
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Los más conocidos pertenecen a la escuela conductista, como Pavlov (1927)
ySkinner (1938).
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Véase Hauser (2006).