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Hacia una pedagogía de las decisiones
regresión infinita, es un sinsentido. El proceso de decisión podrá estar
enormemente influido por las circunstancias; pero una decisión nunca
surge plenamente determinada.
Queda entonces una aparente alternativa: una decisión no está
determinada sino todo lo contrario, es llanamente azarosa. No tiene una
causa que pueda entenderse. La casualidad, diría esta alternativa, es la
que explica el haberse decidido por una y no por otra acción. Las pági-
nas anteriores, sin embargo, denotan con claridad la vacuidad de esta
postura. No apreciamos que una situación debe cambiar por mero ejer-
cicio probabilístico; lo hacemos porque la situación no corresponde con
lo que pensamos que debería suceder. Tampoco seleccionamos, orde-
namos, jerarquizamos y relacionamos los datos sin ton ni son en un ejer-
cicio de prueba y error; lo hacemos usando nuestra habilidad para llegar
a la comprensión; no verificamos que hemos comprendido como si em-
prendiéramos un nuevo asunto por casualidad, sino precisamente por-
que entendimos la situación y queremos constatar que hemos comprendido
adecuadamente. Por último, no valoramos una acción por encima de las
demás de la misma forma que hubiéramos evaluado cualquier otra como
la mejor. El proceso de decisión está claramente dirigido hacia el com-
promiso con la acción que lleguemos a valorar como la correcta. Y esto
no es azaroso.
Por último, algunos pensadores, desde Epicuro hasta los modernos
emotivistas,
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han aventurado la idea de que, en el fondo, todas nuestras
decisiones son meramente afectivas. Para éstos, la inteligencia juega
con las razones a favor y en contra de llevar adelante alguna acción.
Pero al final elegimos realizarla cuando nuestros sentimientos se incli-
nan hacia ella. Ya hemos establecido la importancia de los sentimientos
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Cf. Cronin (2006: 40 a 48).