Página 8 - abril2013

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Por Adriana Gorra Valtierra, alumna de la Licenciatura en Interacción y Animación Digital
A
lgo es cierto: la lectura puede tener grandes bondades sobre las personas que la practican. Gracias a
ella podemos aprender, ampliar nuestra perspectiva, entender diferentes puntos de vista, relajarnos,
imaginar… es decir, gracias a la lectura podemos cultivar el espíritu y la mente.
Pero no hay que caer en sobrevaloraciones absurdas. La lectura por sí misma no hace a una persona
más culta, inteligente ni mejor en cualquier sentido. Y esto se debe a que no todos los libros nos enriquecen
de la misma forma, y porque dicho enriquecimiento se debe no sólo al contenido de la lectura sino al pro-
ceso por el cual lo recibimos, que incluye, entre otros factores, análisis, reflexión y un bagaje cultural
previo, todos ellos características propias del lector.
Sin embargo, a pesar de estas limitaciones, debemos promover la lectura como un hábito
agradable para aumentar la potencialidad cultural y espiritual de la sociedad, y para ello es
necesario librarla de los estigmas sociales que carga. No es un secreto que en nuestro
país la gente lee poco -según la OCDE, aproximadamente un 27 por ciento de la
población apenas y leyó un libro en 2011
1
-, y sólo nos queda preguntarnos ¿a
qué se debe esta desidia?
En primer lugar es claro que la lectura tiene connotaciones sociales: no
toda la gente lee, como toda la gente puede ver la T.V.; y este tipo de gente
lectora tiene características específicas que hace al resto de la gente rehuir
al grupo, o bien adherirse a él -dependiendo la óptica desde donde se
mire-. Entre estas características -no necesariamente ciertas- se considera
que la gente lectora es aburrida, antisocial, tradicionalista,
nerd
, anticuada,
pedante, pretenciosa y/o de inteligencia superior al promedio -e inalcanza-
ble para muchos-. De esta manera, un libro se vuelve un artilugio que marca
el estatus social, al igual que la ropa o el automóvil, por lo que la gente res-
ponde al mismo según su auto-concepto.
Lamentablemente, los estereotipos negativos -aburrida, pedante, etc.- son
los más extendidos entre la población, mientras que los positivos -inteligente,
culta, etc.- se localizan en una minoría que continuamente se torna elitista.
En este punto la lectura se vuelve un acto de distinción cuyos practicantes se
esmeran por mantener como privilegio cultural. Es cuando se desarrolla la arro-
gancia intelectual que, lejos de compartir lo aprendido, es utilizado para humillar
a los que lo desconocen. Este es uno de los peores perjuicios en contra de una
verdadera cultura lectora.
La otra es la falta de buenas estrategias para desarrollar en las personas un ge-
nuino gusto por la lectura, sin el cual, no se puede hacer de esta actividad un hábito.
Y considero que en los tiempos que corren es aún más complicado, pues los libros,
llenos de letras, deben competir por la atención y fidelidad de las personas contra
sus pares audiovisuales, repletos de estímulos cada vez más detallados. Es por
eso que debe tenerse cuidado con la selección de libros y textos que se pre-
sentarán como introducción para los nuevos lectores, pues una mala elección
puede significar la pérdida de todo interés por esta actividad. Por supuesto,
la literatura es una gran aliada para atrapar la atención de los niños, aunque
algunas casas editoriales cometen el desatino de elegir libros sumamente
aburridos y simplistas para las colecciones juveniles, basándose en
la idea de que historias simples van a atrapar a mentes simples.
Vamos, ¿quién tiene la mente tan simple?. Como sea, tam-
bién se pueden contar con textos técnicos, especializados
o monográficos que presenten información abundante sobre
temas que les interesen a los niños. Lo importante es servirles
de guía para una elección inteligente y crítica de sus lecturas,
y que al mismo tiempo les resulten agradables, todo esto con
el fin de mostrar cuán placentera puede ser la lectura de un libro,
independientemente de las connotaciones sociales de la actividad.
1
http://www.jornada.unam.mx/2012/02/16/sociedad/047n2soc
EL LIBRO, INDEPENDIENTE DE LAS
CONNOTACIONES SOCIALES
Ilustraciones: Edith Hernández Durana