Página 9 - abril2013

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formando el
mosaico
A este primer grado de desprendimiento de la realidad, so-
brevienen una serie de circunstancias neurológicas en donde la
mente se escinde por completo de su entorno (la sala de teatro,
de repente, se hace invisible), para que nuestros juicios de valor,
en términos de probabilidad, sufran una alteración de modo que,
finalmente, aceptemos la ficción como una realidad sustitutiva
que no exige interrogantes.
En términos generales, entregamos nuestras mentes -y nues-
tras almas- a la Fe Poética.
Si tuviera que elegir entre una falta de hábito y un proble-
ma cultural en la lectura, debería decir que, actualmente, la
distancia social con el mundo narrativo deriva de un cam-
bio sustancial en la necesidad de estímulos sensoriales.
Comúnmente, la
suspensión voluntaria de la increduli-
dad
ya no opera en un grupo de jóvenes que se
encierran en una villa en Suiza y comparten,
durante noches de verano, la lectura de
historias de terror.
El libro es, hoy, un método alter-
nativo, casi de culto, sobre las
expresiones, ahora hipersen-
soriales, del arte.
La incitación de la credi-
bilidad deriva de procesos
mentales cada día más exi-
gentes que provocan tran-
siciones aceleradas como,
por ejemplo, la pretensión de
sustituir el novedoso cine
3D
,
por el novedosísimo
4DX
.
Quizá, el problema con la
lectura consiste en la pérdi-
da, simple e irremediable, de la
Fe Poética.
La literatura es una religión cu-
yos seguidores, poco a poco,
van perdiéndose en una diáspora
intelectual.
En ese caso, sólo nos queda la pro-
mesa de que el tiempo puede conver-
tirse en arena. También la esperanza de
que todavía existan mentes ingenuas,
algo desequilibradas y, por supuesto,
devotas, que pueden transformar a los
molinos de viento en gigantes.
1
”The Willing Suspension of Disbelief:
A Neuro-Psychoanalytic View.”
Lite-
rature and Psychoanalysis
. Proce-
edings of the Nineteenth Interna-
tional Conference on Literature
and Psychoanalysis. Arezzo
June 26-Jul 1, 2002.
pp. 275-280.
Por: Víctor Roberto Carrancá de Mora, alumno de la
Maestría en Letras Iberoamericanas
La incursión en los caminos laberínticos de la literatura
-sea accidental o voluntaria-, presupone un requisito sin el cual
nosotros, exploradores de senderos intrincados, no podríamos
disfrutar el viaje que implica la lectura de una obra de ficción.
Se trata de la Fe Poética. En palabras de Samuel Taylor Cole-
ridge:
The willing suspension of disbelief.
Ese momento en el que uno aliena toda realidad externa para
entregarse, cual amante trémulo, a las condiciones existenciales
del mundo interno de un libro.
Lo más curioso de esta renuncia a las reglas fundamentales de
la vida diaria, es que no sólo opera de manera automática sino
también, voluntaria.
Ejemplifiquemos, pues, con una situación cotidiana: vislum-
brémonos como simples aficionados del cine comercial -con
gustos tan triviales como los de este tejedor de palabras-, que
han acudido a una sala a ver, supongamos, la decimonovena
entrega de una de las más banales -aunque, aceptémoslo, des-
tacable en su género- películas de acción:
Duro de matar.
Sa-
bemos que, cualquiera que sea la trama que se desarrolle en
esta nueva secuela, el protagonista sorteará innumerables ad-
versidades obsequiándonos, de por medio, enormes cantidades
de sangre, explosiones y disparos. Sabemos, también, que el
policía John McClane violará las leyes más elementales de la
física, de la balística, de la química y, en fin, de todas las ciencias
duras que hacen que el mundo, aquí afuera, sea en ocasiones,
tan peligroso como aburrido.
Ahora bien, a pesar de conocer todas estas transgresiones,
nuestro raciocinio no obstruye el desarrollo de la historia con
constantes cuestionamientos absurdos como “¿es verdad que
un automóvil puede estallar a causa de un sólo disparo?”. Al con-
trario; nuestra cabeza, simplemente, decide aceptar estas con-
travenciones como parte de la lógica interna de la película. Es
decir que justificamos, de manera consciente, la imposibilidad de
las circunstancias narrativas con el único fin de complacernos,
por un momento, con la ilusión de la existencia de esa irrealidad.
Por más banal que suene el ejemplo, sucede lo mismo con la
literatura. No podemos leer un libro sin aceptar, voluntariamente,
que sus reglas internas son condiciones equiparables de una
realidad que se convierte, sea sólo por una fracción de tiempo,
en
nuestra
realidad.
¿Por qué cuestionar el hecho de que Remedios, la bella,
pueda ascender al cielo de manera tan repentina como injusti-
ficada? ¿Para qué entorpecer el deleite de la imaginación amo-
nestando la presencia -y permanencia- de los muertos en el pe-
queño pueblo de Comala? Mejor, simplemente, suspendamos
nuestra incredulidad.
Norman H. Holland
1
, en un artículo apasionante, describe esta
situación a través de procesos neuropsicológicos que operan,
en una primera fase, de manera similar a lo que ocurre cuando
uno se coloca los zapatos en la mañana. Al principio, podemos
sentirlos ajustados a nuestros pies. Advertimos, sensorialmente,
la presencia de un ente ajeno adherido a nuestra piel. Sin em-
bargo, conforme pasa el tiempo, nuestra mente decide ignorar
esta sensación de manera que los zapatos desaparecen como si
formaran parte de nuestro cuerpo.
LA SUSPENSIÓN VOLUNTARIA
DE LA INCREDULIDAD