Página 6 - abril2014

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mosaico
central
[ 6 ]
Sinónimo de logro
máximo
Por Lic. Alejandro Cortés Patiño, académico
del Área Intercultural de Lenguas
N
o quisiera comenzar esta breve reflexión tratando de
responder directamente a la pregunta ¿qué es el éxi-
to?; más bien quisiera reflexionar sobre el por qué es
tan importante para la sociedad hablar de él y darle
una existencia relacionada con casi todas nuestras actividades
cotidianas y con nuestra condición humana, como sinónimo de
logro máximo y realización incomparable por sobre otras realiza-
ciones y logros: el fin último de todo lo que hacemos y decimos.
El éxito se nos implanta como una meta social, basada en la
estructura social vertical que se nos es impuesta y que rige y
condiciona nuestras acciones en tanto que pertenecemos a ella
(o a una de ellas) desde que somos insertados en su dinámica
y lógica basadas en reglas y reacciones. Desde que somos ni-
ños, nuestras actividades se encaminan al logro de ciertas me-
tas que son socialmente requeridas para lograr una integración
más eficaz: aprender a hablar, a movernos, a respetar a nuestros
mayores, a ir a la escuela, a vestirnos según la ocasión. Aquí se
empieza a crear la necesidad de cumplir metas que se asumen
como verticales y que de no cumplirse, podrían ser objeto de
crítica y rechazo.
Siguiendo el camino trazado, el éxito (el concepto occidental,
por supuesto) está irremediablemente partido en temporalidades
sujetas a cambios o adaptaciones biológicas y sociales y que de-
ben cumplirse en ciclos: terminar o comenzar una etapa escolar
dentro de un tiempo determinado; ingresar a la universidad inme-
diatamente después de finalizar la escuela preparatoria; encon-
trar un “buen” empleo para obtener experiencia y aspirar a una
cierta independencia; unirse en matrimonio, tener hijos o cumplir
con las exigencias conyugales; buscar la seguridad o la madurez
simbólica al tener posesiones como casa, carro y demás bienes;
asegurar una vejez tranquila. Todo esto, como sabemos, antes de
un cierto límite de edad.
En estos términos podemos empezar a comprender cómo
es que el éxito se ha vuelto una especie de marcador de logros
“importantes”, socialmente correctos, en donde nos vemos en la
imperiosa necesidad de demostrarlo. El éxito, como es común,
ha servido para establecer diferencias entre iguales y simbólica-
mente instaurar una especie de superioridad por encima de la
otredad, en tanto que ésta también nos sirve como medidor del
éxito de lo propio. Un ejemplo, quizá muy torpe, sería el primer
acercamiento temporal que tenemos con el éxito cuando somos
niños: el obtener un reconocimiento (con una estampa de estre-
lla dorada) por haber concluido una tarea de forma satisfactoria.
Aquí el éxito está, en un primer momento, condicionado al criterio
de la maestra, quien pone las reglas de acción sobre tal tarea y
determina si al concluir ésta cumple con dichos criterios. Poste-
riormente, el éxito se ve plasmado en la relación de quien lo obtie-
ne con quienes no lo obtuvieron: puede generar un cierto rechazo
(o bullying, como se abordó en un número anterior al presente), o
bien un acercamiento más idílico con aquél que lo posee, como si
éste fuera contagioso.
El éxito posee una serie de requerimientos sistemáticos, en-
marcados en un cierto número de licencias sociales, que pro-
yectan una imagen idealizada de aquel que está encaminado
a conseguirlo. Somos sujetos (a veces objetos) condicionados
a los regímenes de éxito sociales que muchas veces nos im-
ponen actitudes y acciones vinculadas a un futuro sin tiempo,
dentro del cual instauramos la cúspide de nuestra existencia
y nos movilizamos para llegar a ella. No importa si se trata de
algo efímero o engañoso, el objetivo es llegar a esa cúspide.
Algunos de esos requerimientos se parecen mucho a relaciones
de conveniencia con el medio y los sujetos con quienes estable-
cemos vínculos; otros recuerdan más a la epidémica necesidad
de acumular (dinero, reconocimientos, conocimiento) y mostrar
públicamente; otros simplemente no son contemplados como
factor de éxito.
Sin embargo, el éxito no es omnipresente: ahí, donde unos
son exitosos, quizá otros no lo sean y viceversa. El concepto
es enteramente móvil y adaptable a las circunstancias socia-
les y culturales que lo ostentan. Hemos sabido de pueblos que
han sido históricamente exitosos por haber resistido el paso del
tiempo y de los invasores. Pero igualmente hemos sabido de
individuos que han fracasado en sus intentos por sobresalir en
determinadas áreas sociales. Concepto artificioso y caótico. No
podemos controlarlo enteramente cuando éste depende más
de factores externos que internos (lo cual no implica que no se
pueda ser exitoso en los propios términos).
Sería en vano concluir esta breve intervención sobre el éxito
y sus porqués, puesto que ni siquiera lo he abordado como una
problemática social. Si quisiera lo anterior, quizá hubiera iniciado
con la forma en que mediáticamente se nos acerca e instala el
medidor del éxito: la apariencia, las posesiones, las relaciones,
el dinero, el trabajo, la zona en la que se habita, los viajes que
se realizan, el ser un personaje, lo público frente a lo privado.
Es un hecho que desde hace ya varios años, los requerimientos
que mencioné anteriormente son, en gran medida, resultado de
una interacción un tanto desigual de la sociedad frente al men-
saje de los medios masivos de comunicación. No es de extrañar,
pues, que se den casos en que el éxito personal está más bien
determinado por el actor o actriz de moda y su persona (en el
sentido de máscara), o la fama y glamour del cantante x, que de
conceptos mucho más básicos personales, como lo serían el ser
feliz y, como decía Sartre, el querer lo que uno hace.
Ilustración: Ma. Lissette Rojas Tejeda