Página 14 - agosto2013

Versión de HTML Básico

formando el
mosaico
[ 14 ]
Ilustración: Edith Hernández Durana
¿Cuántos Andrés conoces?
Por Víctor Roberto Carrancá de la Mora, alumno de la
Maestría en Letras Iberoamericanas
C
reo que no hay mejor argu-
mento para reflexionar acer-
ca de este tema que escribir
acerca de una persona cuya
bondad prevalece en cada parte de su
cuerpo, en cada acción y decisión.
No obstante, ni muy lejos, incluso
a un simple voltear, en el pupitre de
al lado se encuentra un compañero
cuyo origen de providencia es idénti-
ca a la mía. Un poco agraciado, pero
eso no permea su singular simpatía,
unos cuantos kilos por encima del
peso adecuado, pero eso no es sufi-
ciente adjetivo para no seguir siendo
amante de la comida, sobre todo la
tabasqueña, y por decir tabasqueña…
¡Tabasco, tierra caliente! Así fue como
conocí a Andrés, quien me atrevería
a decir que ama más a Tabasco que
Pino Suárez.
Quiero contarles porqué decidí es-
cribir sobre Andrés. Mientras que analizaba posibles temas que
escribir acerca de la bondad, llegue a la conclusión que sería un
poco trillado redactar párrafos llenos de bondad y razones para
adjuntarlas a nuestra vida… y lo cierto es: ¿Qué pasó con la
bondad? Supongo que está de incógnito, entonces fue cuando
me pregunté: ¿Cuántas personas como Andrés conozco?, les
contaré el porqué.
Como es de costumbre y particularidad en los tabasqueños,
“hablar” es nuestra principal distinción. Un día como cualquier
otro, Andrés me contaba anécdotas de su vida… ese día me
contaba acerca de un encuentro cuya cita era con Dios, al cual
asistió como una especie de guía. Como Andrés era guía, estaba
a cargo de un grupo de jóvenes. Particularmente en su grupo
estaba un muchacho de 16 años de edad cuya diabetes agresiva
y escasos recursos, lo aproximaba al encuentro con Dios. No
obstante, la madre de Andrés le había obsequiado un reloj, cuyo
motivo olvidé, el muchacho fijó su mirada en el notable reloj de
Andrés, de inmediato él se dio cuenta y sin pensarlo dos veces
exclamó: ¡Te lo regalo! El muchacho con mucho entusiasmo lo
aceptó. Meses después el muchacho falleció, Andrés sin duda
asistió al velorio… con nostalgia Andrés me dijo “Mafer, cuando
pasé a ver al hermano éste traía mi reloj puesto, no puedes ima-
ginar lo que sentí… ojalá lo hubiera disfrutado un poco más.”
En otras anécdotas, Andrés y yo siempre hacemos equipos jun-
tos, pues creemos firmemente que “paisano, ayuda a paisano”.
Entre nuestros trabajos juntos, Andrés y yo hacíamos tarea en mi
casa cuando mi compañera de cuarto entró con lágrimas y enojo;
le habían robado todo su dinero. Andrés después de unas pala-
bras de aliento le dijo, “Mira esto es lo que me queda de dinero,
pero creo que tú ahora lo necesitas más. Por favor, ¡acéptalo!”.
Y eso no es solo lo que caracteriza a Andrés. Él es aquel com-
pañero que te ayuda incondicionalmente, que a veces se enoja
consigo mismo por no saber decir “no”, que sus lágrimas caen
si siente que le falla a alguien y sobre todo a su familia, porque
para Andrés no hay cosas más importantes que Dios y la familia,
que siempre tendrá un consejo, un hombro cuando lo necesites.
Además de que no le importa si te conoce o no, que es imposible
de corromper, que cree firmemente en un cambio en México y
es ahí cuando me alegro de que alguien como Andrés estudie
Ciencias Políticas.
La parte que defrauda es: ¿Cuántas personas como Andrés
hay? La verdad relata que son pocas personas que aún se soli-
darizan con el prójimo. Quizá la posible causa es que el mundo
se ha vuelto agrio y ciego ante la adversidad que algunas per-
sonas enfrentan hoy en día, como diría el profesor Luis Ernesto
Arévalo, se presenta un “particularismo acentuado.”
Fernanda Sa a Oramas, alumna de l Licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública
¿Ser para los demás?