Página 15 - agosto2013

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reflejo
mosaico
Salíamos de cenar de un local del zócalo de la ciudad
cuando la
amiga que me acompañaba se acercó a saludarlo. Es-
taba sentado en una de las mesas ubicadas en el pasillo con vista
a la plaza, compartía la mesa con alguien más. Como mi amiga
tardaba di un segundo vistazo hacia donde estaban y fue cuando
me percaté del aspecto del acompañante de Jorge: desaliñado,
ropa poco pulcra, se trataba de un indigente. El diccionario define
“indigente” como aquella persona pobre, mísera y sin los suficien-
tes medios para subsistir.
Vemos gente indigente dormir en algún parque o jardín público,
en las escaleras de algún viejo edificio, pidiendo una moneda, eso
es lo común. También lo común es que la gente reaccione de ma-
nera indiferente, desconfiada. Quizá solo nos limitamos a dar una
moneda sin tomarnos el tiempo de charlar con ellos o aligerarles
la carga cotidiana. No sabemos de sus circunstancias ni nos inte-
resan. Sin querer y a veces sin poder intervenir, me ha tocado ser
voyeur
del comportamiento de la gente cuando se topan frente a
personas que se encuentran en una situación de indigencia. En
cierta ocasión, camino a la terminal de autobuses, por la ventanilla
del taxi observaba a un hombre indigente esperar su turno para
ser atendido por el vendedor de papas fritas. Cuando el hombre
pidió las papas el vendedor extendió la mano exigiendo el pago
por anticipado, recibió las monedas y entregó la bolsa de papas.
El hombre se fue feliz con lo que acababa de comprar.
Jorge Ortega Pérez estudió Comunicación en la Ibero Puebla
-por ciertas circunstancias tiene la carrera trunca- y en algún tiem-
po fue colaborador de la institución haciéndose cargo de los cam-
pamentos en Prepa Ibero, actualmente labora en el Ayuntamiento
de Puebla en la Comisión de Grupos Vulnerables. Jorge mencio-
na que Roberto -así se llama el indigente con quién compartía la
mesa- se acercó a ofrecerle “bola” para sus zapatos, además del
ofrecimiento le preguntó ¿Me regalarías una rebanada de tu pizza?
a lo que Jorge reaccionó invitándolo a compartir la mesa con él.
Roberto no tiene estudios, trabajó de mesero y ahora es bolero;
tiene una deuda con SOAPAP que no sabe de dónde salió y que no
ha podido arreglar por temor al trato que podría recibir por quienes
ahí atienden. También necesitaba le ayudaran a tramitar su creden-
cial del IFE porque no quería ser alguien sin identidad, además de
servirle como herramienta de trabajo.
Tal vez Jorge no sea la única persona con esos gestos de gene-
rosidad pero me interesaba saber cuáles eran los motivos para que
un joven como él tuviera ese tipo de detalles con personas nece-
sitadas. “Yo no veo si tiene la ropa sucia o su aspecto desaliñado,
lo que veo es una persona. Independientemente de la clase social
a la que pertenezcas eres una persona. La visión ignaciana de
ser
para los demás
ha sido un impulso que me ha llevado a cuestio-
narme sobre qué podemos hacer diferente y que incida sobre las
demás personas.
Hay dos aspectos de la charla que tuvimos que quisiera resaltar
en este escrito: en primer lugar está la mención de Jorge respecto
a “la construcción de la paz a través de acciones que nos lleven
quizá a tener un nuevo amigo” y en segundo lugar está la aclara-
ción que la acción que tuvo Jorge para con Roberto no fue un acto
de
caridad.
En sus palabras caridad se define desde el punto de
vista ignaciano como un acto profundo de amor y no como un acto
de lástima -probablemente éste sea el sentimiento que despiertan
situaciones de este tipo-. A medida que transcurría la conversa-
ción me pude percatar que su vida es como la de cualquiera pero
eso no le impide darse a otros cuando se le presenta la oportuni-
dad, Roberto no ha sido la única persona a la que ha apoyado y
pudiéramos ahondar en algunas otras situaciones o casos en los
que él ha intervenido; por otro lado ambos concluimos en que la
educación jesuita despierta la conciencia y la capacidad para ge-
nerar acciones que puedan cambiar la vida de otros.
“Cuando compartí la mesa con Roberto hablamos de la vida
y experiencias, me sentí acompañado. Al final tuve la sensa-
ción de que teníamos el estómago lleno y mis sentimientos
estaban en paz”.
Lo inusual de lo común
Por Arturo Cielo Rodríguez, responsable del área de Diseño
Gráfico de la Dirección de Comunicación Institucional
Las manos juntas para orar, pero abiertas para dar.
Alberto Hurtado