Página 17 - enero2014

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tesela
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Entras a un salón, nervioso, tus manos sudan y tú cabeza está
pensando en miles de cosas mientras caminas. Los ojos de las
personas que se encuentran en él, te observan detenidamente,
algunas miradas son rápidas y se apartan, otras, memorizan tus
gestos y tratan de leer lo que se esconde en tu cabeza. En ese
salón repleto de desconocidos se encuentran un millar de posibili-
dades, la persona que está sentada junto a ti, de la cual no sabes
absolutamente nada, en unos cuantos meses puede ser tu mejor
amigo. Más o menos así les sucedió a Alejandra Cabrera Martínez
y a Andrea Avendaño Hernández, ambas estudiantes de comuni-
cación de séptimo semestre.
Se conocieron el primer día de clases del 2010, ambas habían
sido lo suficientemente arriesgadas para mantener carga completa
en su primer semestre, lo que llevó a que compartieran todas las
clases. La amistad fue creciendo entre ellas a pesar de las dife-
rencias. Y realmente son diferentes, Andrea sería más calmada y
reflexiva, mientras que Alejandra es más impulsiva y alocada. Y
eso se refleja en cómo recuerdan sus infancias, una de ellas se la
pasaba jugando con sus muñecas mientras que la otra practica-
ba muchos deportes como natación y tenis. Ustedes decidan cuál
hacía qué.
Sus metas son tan distintas por lo mismo, Andrea preferiría estar
tras bambalinas de la producción de medios masivos, mientras que
a Alejandra le encantaría estar encargada de comunicación externa
de alguna escudería de la F1.
Fue su amistad la que las hizo ser parte de un proyecto de servi-
cio social que nunca esperaron fuera a ser tan importante para ellas.
La fecha de inscribirse al servicio social estaba por vencerse y to-
dos los lugares para comunicólogos se estaban agotando, la Casa
Hogar Alto Refugio las recibía a las dos. Aceptaron aventurarse en
aquel proyecto, pero las cosas no iban a ser tan libres como pen-
saban, había ciertas condiciones cuyo proyecto tenía que cumplir:
crear una carpeta empresarial de la Casa Hogar.
Al empezar el proyecto notaron varios puntos en los que podían
ayudar y poco a poco se fueron interesando más en la Casa Hogar,
pero más importante, en los niños. Crearon propuestas de comu-
nicación externa, tomaron fotos a los niños para hacer creden-
ciales, los sábados impartieron talleres de teatro y manualidades,
mientras que entre semana daban asesorías. De las 16 horas a la
semana que tenían que cubrir, ellas hicieron 21. El proyecto fue
muy importante para ellas, pero más que eso, los niños lograron
impactarlas y hacer que se esforzaran más por ellos.
Andrea reconoce que al ver a los niños contentos, sin impor-
tar sus pasados o todo lo que habían sufrido, hacía que valiera la
pena. Alejandra, aparte de coincidir con Andrea, se da cuenta que
todo lo que aprendió en los semestres que ya cursó, la prepararon
para ese momento, y no sólo se refería a conocimientos de mate-
rias sino a habilidades, a ser capaces de construir el conocimiento
que falta y no quedarse con las dudas esperando a que alguien
más se las resuelva.
Se llevan mucho de aquella experiencia. Y al verlas a los ojos
mientras me contaban de su proyecto, pude sentirme contagiado
de aquellas ganas de ayudar a los demás, de dar lo más que pueda.
De aquel salón repleto de posibilidades, de todos esos pares
de ojos extraños, ellas dos coincidieron en este camino largo
que llamamos vida.
Sofía Ruiz Mugica, alumna de la Lic. en Comunicación
Dos personas, un camino
Por Rolando Maroño Vázquez, alumno de Ingeniería en Mecatrónica