Página 5 - enero2014

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mosaico
central
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Ilustración: Edith Hernández Durana
El tiempo ha sido vivido y construido de distintas maneras a lo largo de la historia, debido a que es
un
fenómeno sociocultural que le proporciona cierto sentido a las prácticas humanas, tanto en lo que se refiere
a su comportamiento, su conciencia y su ritmo vital. Así, por ejemplo, en las épocas arcaicas donde la concien-
cia mítica predomina, se capta el mundo en su globalidad sincrónica y diacrónica, por lo que la conciencia es
intemporal. No se piensa en términos de futuro ni de pasado, sino en función de lo acontecido en el momento.
En este sentido, pasado, presente y futuro formaban parte de un plano único, lo cual generaba la ilusión de
simultaneidad. El tiempo, en todo caso, estaba determinado por los ritmos naturales. El calendario agrícola
reflejaba el cambio en las estaciones del año y la sucesión de las tareas en el campo. Uno de los primeros
pensadores en reflexionar sobre el tiempo fue Agustín de Hipona, quien identificaba dos vertientes: la huma-
na que estaba asociada a la temporalidad y la divina en la que se manifestaba la intemporalidad. El segundo
postulado resultaba fundamental, pues se evidenciaba que la eternidad no se podía considerar futura o pasada
sino presente. En el plano temporal, Agustín identificó que el presente resultaba difícil de medir, debido a que se
desplazaba rápidamente del futuro al pasado, idea que ha sido retomada por algunos autores de nuestros días,
entre ellos el alemán Reinhart Koselleck, para fundamentar sus planteamientos teóricos de la historia.
Resulta interesante mencionar que la concepción medieval del tiempo estaba determinada por la visión del
cristianismo. La presencia de Cristo hace que la relación del tiempo con la historia sea de reciprocidad, de tal
manera que se entendía a Cristo como término e intención de la historia y el tiempo es la condición que lo hace
posible. Así, el tiempo histórico adquiere una estructura: Antes y Después de Cristo. Este planteamiento mues-
tra que en el centro de la historia se encuentra el redentor. La noción de tiempo en la Edad Media es todavía
el tiempo de la naturaleza, es decir el del calendario agrícola que refleja el cambio en las estaciones del año y
la sucesión de las tareas del campo, pero también se incorpora el religioso (las festividades relacionadas con
los santos) y el clerical (controlado por los sacerdotes y que se refería a los tipos de actividades litúrgicas que
debían cumplir los fieles a lo largo del día y del año). De hecho, la Iglesia dividía el día en siete partes que resul-
taban del mismo número de acciones religiosas que debían llevar a cabo los fieles. Aunque se hacían esfuerzos
por medir el tiempo, lo cierto es que la mayor parte de la población no le daba importancia a la exactitud, por lo
cual era común que no se tuviera plena certeza de la edad de una persona o que no adecuaran sus actividades
a un determinado horario. El tiempo civil también era indefinido. Se prefería hablar del “año tal del reinado de X”
y por ejemplo, cuando se habla de una fecha (28 de septiembre), se le refería también como “el tercer día antes
de acabar septiembre”, “el cuarto día de las calendas de octubre” o las “vísperas de San Miguel”.
En el siglo XVI se produjo un cambio en la conceptualización del tiempo, pues con la emergencia de los estados
absolutistas se desplazaron las concepciones escatológicas del tiempo y se comenzó a poner mayor énfasis en
el futuro político, el cual introdujo la noción de pronóstico que implicaba una manera de introducir el pasado en el
futuro. La “futuridad” del pasado garantizaba que el ámbito de acción del tiempo se ampliara y que los monarcas
en turno se convirtieran en los herederos de una larga tradición. Lo interesante de este asunto es que el tiempo se
constituyó en un elemento de definición política y sus usos determinados por las necesidades de cada gobernante.
Ideas relativas
Por Dr. Rogelio Jiménez Marce, académico del Programa Interdisciplinar de Medio Ambiente