Página 6-7 - junio2013

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como lo entendemos, dentro de una estructura capitalista es dia-
metralmente opuesto a la salud del medio ambiente y la sociedad.
Pero como el sistema de pensamiento que es, el capitalismo no
puede erradicarse con una revolución política, para ello es necesa-
rio un cambio profundo en la conciencia y cosmovisión colectiva,
lo que significa renunciar no solo a nuestras comodidades sino a
nuestras ideas de bienestar y éxito. Por supuesto que no es una
tarea nada fácil. Ni siquiera es que yo misma logre renunciar a todas
esas cosas que he detectado como nocivas, pues ¿cómo hacerlo
estando tan adentrada en la dinámica que las sustenta?
Es difícil. Hablo aquí de un cambio radical que pocos están dis-
puestos a hacer, sin embargo, ¿por qué no empezar poco a poco?
El capitalismo es más que un sistema económico, representa
una estructura social, política, cultural y psicológica. Es todo un
sistema de pensamiento, y uno bastante perverso, por cierto. Su
principio teórico sustenta que gracias al egoísmo individual las so-
ciedades se enriquecerán, en primer lugar a través de los dueños
mismos del capital y posteriormente las riquezas llegarán al resto de
la comunidad. En el ideal de capitalismo, todos los miembros de la
sociedad tienen un pedazo del pastel económico.
Sin embargo la práctica ha demostrado que este régimen no
solo es cuna de innumerables injusticias y abusos hacia personas
y países enteros, sino que también del exacerbado materialismo y
consumismo, así como los principios individualistas y competitivos,
perjudican todas los vínculos sociales así como nuestra relación con
el medio ambiente, y solo por nombrar algunos de sus problemas.
A partir de la década de 1980, se ha tratado de hacer un llama-
do a la sociedad en general para prestar atención a los problemas
ambientales surgidos a raíz de las actividades del hombre: con-
taminación de los suelos, aire y aguas, deforestación, erosión del
suelo, etc. los cuales tienen como consecuencia perturbaciones
profundas en diversos ecosistemas con la desaparición de espe-
cies animales y vegetales, cambios climáticos, e incluso el perjuicio
de comunidades humanas. Todo ello provocado por nuestras diver-
sas actividades económicas dirigidas a la producción, explotación
y “enriquecimiento” a costa de animales, medio ambiente y el ser
humano mismo.
El problema es bastante complejo. Por una parte tenemos bien
inculcado el mito de la persecución del “progreso”. Ninguna cam-
paña política puede permitirse una omisión de este anhelado bien,
aunque nadie entienda completamente a qué se refieren. Progreso.
Concepto que además de acomodarnos en la situación poco pri-
vilegiada -frente a los países de “primer mundo”-, nos traza como
meta la acumulación de riquezas materiales sin prestar atención a
las consecuencias que pueda originar. Nuestro ideal de bienestar
tiene una visión sesgada y sumamente egoísta. De esta manera no
sólo arrasamos con nuestros recursos naturales, que además son
mal aprovechados o abaratados para ser vendidos al extranjero,
sino que perjudicamos también a comunidades humanas.
Por supuesto, esta forma de pensamiento pernicioso también se
puede encontrar en la vida individual, en donde el ideal de bienes-
tar está enmarcado por un sin fin de pertenencias materiales y co-
modidades. Nuestro estilo de vida es estructuralmente dañino para
el medio ambiente: cientos de dispositivos eléctricos conectados
diariamente, las envolturas de comidas, accesorios y herramientas,
los platos desechables, la exagerada cantidad de papel que utili-
zamos -
periódico impreso
-, la utilización del vehículos de motor, el
consumo de alimentos producidos en condiciones de abuso a la
tierra y a los animales, los múltiples productos químicos que verte-
mos en las aguas, el sustento económico de empresas nocivas, la
adquisición desmedida de propiedades materiales que terminan en
vertederos ya rebosantes, etc.
Las medidas que hemos tomado para contrarrestar los daños al
medio ambiente como reciclaje, ahorro de agua y energía, etc., sir-
ven más como un paliativo para nuestra culpa que como una verda-
dera solución del problema. Debemos reconocerlo: el progreso, tal
Problemas complejos,
medidas radicales
Por Adriana Gorra Valtierra, alumna de la
Licenciatura en Interacción y Animación Digital
Alma Ajuria Muñoz
E
l concepto de tecnología apropiada, según Díaz y
Masera, se refiere a aquella tecnología a pequeña
escala, descentralizada, basada en recursos locales, de
operatividad y mantenimiento sencillo, que utiliza fuentes
naturales de energía y que toma en cuenta el contexto del
usuario y sus conocimientos, así como los elementos sociales
y económicos además de los estrictamente técnicos. En el
contexto de la vida campesina, este tipo de tecnología sería
aquella que permita potenciar las capacidades productivas
y alcanzar un mayor grado de bienestar y autonomía. Son
una búsqueda de nuevas formas de vida, nuevos valores; un
conjunto de estrategias y de respuestas humanas concretas a
necesidades de individuos y de grupos sociales, con diversas
necesidades y estilos de vida concretos que se relacionan
directamente con sus características culturales y de género.
La tecnología no es un elemento neutro ni un resultado
“natural” del desarrollo científico-tecnológico, tampoco es un
paquete que debe de ser adaptado y usado en todas partes.
Por el contrario, la tecnología es el resultado de una compleja
interacción de las necesidades y recursos, de los objetivos y de
la lógica de desarrollo de quien la diseña.
La difusión de tecnologías apropiadas pretende poner al
alcance de la población urbana y rural una alternativa cuyo
propósito es que los (as) usuarios (as) realicen las actividades
cotidianas, de producción y reproducción, con mayor como-
didad, eficiencia y seguridad, y al mismo tiempo hagan un
mejor uso de los recursos naturales. Ejemplos de ella son las
tecnologías para la autosuficiencia de energía que aprovechan
Tecnología apropiada y género:
Una perspectiva desde la experiencia comunitaria
Por Mtra. Susana Cruz Ramírez, coordinadora de la Licenciatura en Ciencias Ambientales
la energía solar, la eólica o la biomasa; o las tecnologías para
el manejo y aprovechamiento sustentable de agua o residuos
agrícolas o domésticos.
Sin embargo, la transferencia de estas tecnologías tiene
retos que deben tomarse en consideración antes de iniciar un
proceso de intervención en grupo. Si hablamos de la gestión
a realizar en proyectos por razones de género, debemos de
considerar patrones en los usos y costumbres propios de la
comunidad, roles asignados a hombres y mujeres, actividades
diarias, cargas de trabajo y tiempos dedicados a las mismas.
Todo lo anterior nos lleva a pensar en torno a la cultura de cada
comunidad y no solo a cuestiones pragmáticas de uso y diseño
de las propias tecnologías.
Por todo lo anterior, el diseño en cada tecnología debe tener
detrás de sí, un profundo conocimiento venido de la experiencia y
el diálogo con los usuarios finales de la tecnología. Sin embargo,
si hacemos un ejercicio crítico de cómo varios agentes transfieren
estas tecnologías, podemos ver que en muchos casos se ha
dejado del lado los conocimientos locales, subvalorándolos
por considerarlos inútiles y atrasados. Esto ha traído como
consecuencia, que el diálogo no se establezca y que varios
proyectos “de desarrollo” estén –como diría García Márquez- en
la crónica de una muerte anunciada.
El diálogo que se puede establecer entre diferentes actores
sociales y sus diversos conocimientos, puede ayudar a consolidar
y concretar procesos de largo plazo que lleven a una adopción
real de las tecnologías que conduzca a innovaciones e inversiones
que redunden en beneficios sociales para la población.
Ilustración: Ma. Lissette Rojas Tejeda