Página 5 - junio2014

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mosaico
central
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Llega a su casa, tranquilo, sin prisas; toma una bebida del
refrigerador, la abre con cuidado, toma un manojo de cacahuates y
se dirige serenamente hacia su recámara. Salen volando los zapa-
tos, en direcciones opuestas y uno de ellos rebota en el muro, de-
jando una pequeña huella de suciedad plasmada en la pintura. No
le importa. Se quita el suéter y lo deja caer a un costado de la cama
sobre la cual él ya está sentado. Toma el control de la televisión,
sube sus piernas, la enciende y se pone a mirar un programa de
quién sabe qué en quién sabe qué canal. Suspira y trata de poner
atención a lo que está observando pero no puede: sus párpados le
pesan y el aire es cada vez más denso. La inercia de tantas horas
de hacer nada lo ha vuelto casi tan ligero como el aire que ya no
puede respirar. Se encuentra a sí mismo en un estado de anima-
ción suspendida en el que no es posible más que estirar un poco
los dedos del pie, dejar el canal como está, cerrar los ojos y dormir.
Cuando despierta, han pasado ya diez o doce horas, prende su
televisión de nuevo, trata de insertarse en ella pero no puede. Pa-
san más y más minutos y no pasa nada. No tiene nada que hacer.
El ocio y el descanso, palabras casi tan deseadas como temi-
das se han vuelto dos valores polifacéticos para la vida financia-
da por el capitalismo, donde el tiempo que se gasta es dinero
que se pierde. Pero también es cierto que son dos palabras a las
que aspiramos por lo menos un par de días a la semana, con el
fin de reponer y restaurar nuestro cuerpo y mente a un estado
mucho más lúcido y entero. Son, sin duda, dos de los concep-
tos más complejos y paradójicos que han podido tener cabida
en el mundo globalizado. El arte de no hacer nada (o de hacer lo
menos posible) refleja no sólo un estado de necesidad de espar-
cimiento, sino la capacidad que tiene el ser humano para poder
dar a su existencia un poco de distracción de la cotidianidad de la
vida laboral, en donde quien no hace nada, nada hará de su vida.
Necesitamos del ocio y el descanso para sobrevivir a un trágico y
desgastante ciclo, interminable ajetreo quincenal, deseoso de las
vacaciones de verano o invierno.
El no hacer nada, sin embargo, requiere de una verdadera siste-
matización de la actividad humana: no se trata solamente de asu-
mir un estado de reposo absoluto, postergando las obligaciones y
LA SENSACIÓN DE UN ESPÍRITU LIGE
RO
Por Alejandro Cortés Patiño, académico del Área Intercultural de Lenguas
responsabilidades para después (como tristemente hemos creado
la fama los mexicanos de hacer todo al último momento), sino or-
denar, calendarizar la vida en periodos para sacar del tiempo el
mejor provecho y así realmente disfrutar del tiempo en el que no
se hace nada. Pensemos: ¿cómo sería un fin de semana en el que
la tarea asignada para entregar el lunes, haya sido terminada y
revisada el viernes? O ¿qué pasaría si en lugar de recoger y sacar
la basura cada semana lo hiciéramos cada dos días? La falsa y
tramposa excusa de “no me da tiempo”, es quizá uno de los las-
tres más peligrosos dentro de la sociedad mexicana, uno que no
nos permite evolucionar ni mejorar nuestras condiciones de vida
(dejemos a un lado la ilusión de que los políticos son quienes de-
berían mejorar dichas condiciones): nunca tenemos tiempo de leer
un libro, de hacer la tarea, de mantener limpio nuestro cuerpo y
mente, nunca nos da tiempo de caminar diez metros para tirar la
basura en un bote, pero siempre hay tiempo para la diversión, el
antro, la telenovela, las horas interminables de Facebook y Twitter.
Resulta pues, que el arte de no hacer nada debería ser el resul-
tado de hacerlo todo, pero en tiempo y en forma. Pero, opuesta-
mente, resulta de la necesidad que tenemos de echar el tiempo
por la borda, vaciar la arena del contenedor de vidrio, dejar pasar
los astros hasta el mareo en virtud de un estado de holgazanería
y desidia, engañosa, supersticiosa y ominosa, pero que aparen-
temente nos regala un poco de certidumbre dentro de la incerti-
dumbre. Postergar todo nos da la ilusión de cierto control sobre
nuestro tiempo: podemos decidir realizar todo en último momen-
to porque tenemos el poder para hacerlo. Suena triste, porque si
algo nos ha enseñado la historia es que siempre es mejor prevenir
que lamentar, pero jugamos con la posibilidad del lamento para
sentir poder. Hay dos tipos de no-hacer-nada: uno que carga con
el peso de toda una serie de compromisos incumplidos, piedras
de responsabilidades que se relegan lo más posible, pasos hacia
adelante que son superados por los pasos hacia atrás; el otro, que
carga con un espíritu ligero porque efectivamente ha terminado
sus labores y se ha podido dar el lujo de regalarse unas horas de
esparcimiento: ha conocido el verdadero arte de no hacer nada,
porque lo ha hecho todo.