Página 8 - marzo2014

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mosaico
central
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encontramos inmersos. Cuando pensamos en la constante discri-
minación que un individuo o grupo, sea cual sea su característica
principal, debemos pensar en los muchos factores que motivan
y permiten que dichos comportamientos se sigan replicando. En
este sentido, no sólo se debe analizar el fenómeno sino las condi-
ciones que permiten que éste se siga presentando. No es cuestión
de sancionar o exhibir al ejecutor del bullying, sino exhibir y sancio-
nar a los espacios e instituciones que permiten que se ejerza vio-
lencia sobre la voluntad de los otros. Y no es cuestión de verificar y
controlar a las escuelas (espacios donde es más común el ejercicio
del bullying) sino controlar a los medios que, paradójicamente, al
intentar frenarlo, lo alimentan.
El Estado tiene el control legítimo de la violencia institucionalizada.
Se presentan ciertas condiciones con las cuales esta violencia es
legal. Mediáticamente también se justifica su uso: el mal de pocos
por el bien de muchos. El bullying, aunque no parezca, tiene carac-
terísticas similares: no se trata del simple uso de la violencia, sino el
hecho de utilizar la legitimidad simbólica de la diferencia (por ejem-
plo, el nerd frente al deportista: la sociedad premia más la imagen
que el contenido) para establecer un dominio frente al desprotegi-
do por dicha legitimidad y generar un círculo de ejercicio de poder
como instauración de muchos frente a los pocos. La eterna opre-
sión de las mayorías sobre las minorías. Cuestión de humanidad, no
de legalidad.
P
rimera imagen: pensemos en nuestra labor y en la forma
en que nos relacionamos con nuestros alumnos y con los
demás profesores. Nos es común escuchar y ver cómo el
contacto físico y verbal establece una cierta forma de per-
tenencia o ajenidad que involucra una serie de actos y actitudes
que determinan nuestra postura dentro o fuera de un grupo y de
nuestro papel en consecuencia. En otras palabras, la pertenencia a
un grupo determinado nos exige una serie de licencias que deben
ser cumplidas, desde la forma de saludarnos hasta la forma en la
que nos expresamos de eso que está fuera de nuestro grupo. No
sólo reforzamos al grupo en sus términos, sino que lo protege-
mos de eso que está fuera de él. Por ejemplo podríamos describir
una escena común dentro de nuestra Universidad: un grupo de 6 o
7 alumnos que comparten uno o varios intereses (por más efíme-
ros que éstos sean) y que se reúnen en torno a espacios cotidianos
dentro de la institución: el cenicero, las cafeterías, las entradas, el
estacionamiento. Ahí hablan y se organizan para realizar cualquier
tipo de actividad, siempre en unión o con la participación de los
miembros del grupo.
Segunda imagen: la interacción de distintos grupos pone en
juego la diferenciación y, por tanto, el ejercicio de una diversidad
poco comprendida y que también moldea la actitud y respuesta
de los grupos entre ellos y hacia el exterior. Se establecen diferen-
cias que hacen sentir una reafirmación de la identidad propia del
grupo y que registra constantemente los movimientos y acciones
del otro grupo para interactuar con él. No necesariamente existe
una diferencia aparente (en términos visibles, sea vestimenta o
cualquier otra forma), pero se asume que las diferencias se es-
tablecen a niveles más simbólicos, codificados en función de los
intereses de cada grupo y de sus necesidades. Hay grupos que
son más incompatibles que otros, hay unos que son reconciliables
y otros absolutamente opuestos. Es el juego de la diversidad, con
reglas y sanciones, interacciones y rechazos, ‘dentros’ y fueras.
Tercera imagen: aparecen en escena un par de palabras, por mo-
mento muy absurdas, que nos plantean hacia dónde se dirige esta
diversidad cuando no es del todo comprendida y respetada como
semillero de creación y convivencia: la intolerancia y la violencia. Ese
juego de interacciones de potencias incluye –tristemente– la necesi-
dad de suprimir al otro por causas que no quedan del todo claras,
pero que han instaurado una especie de agresividad entre los gru-
pos, generando animadversiones y miedos absolutamente infunda-
dos, pero que tienen la principal función de hacer aún más evidentes
las diferencias. Desafortunadamente vemos cómo aún el color de
la piel, la procedencia y los intereses son el principal eje en torno
al cual giran estas dos palabras ominosas. El adentro y el afuera se
sustentan, desde este momento, en la capacidad que tiene un grupo
de resistir la violencia simbólica de otro por contradicción o incom-
prensión de la diversidad y la diferencia. Se suprime, se violenta y
no se tolera lo diferente porque en muchos casos se desconoce el
objeto de dichas supresiones y violencias.
Hay que dejar de pensar en el bullying como una mera acción
de agresión y violencia, dentro del cual se pretende evidenciar
las diferencias socialmente reprobables para poder violarlas pú-
blicamente en función o en virtud de una superioridad desafortu-
nada. Hay que comprenderlo como un hecho repetitivo que no
sólo está dejando claro el nivel de revaloración de lo propio versus
lo ajeno y de la triste condición de discriminación en la que nos
Por Lic. Alejandro Cortés Patiño,
académico del área Intercultural de Lenguas
Bullying en
tres imágenes
Ilustración: Zurisadai González Garrido, alumna de la Licenciatura en Diseño Gráfico