Página 6-7 - mayo2013

Versión de HTML Básico

mosaico
central
[ 7 ]
mosaico
central
[ 6 ]
D
esde hace por lomenos cienmil años -que es la antigüedad
calculada de las primeras lenguas naturales- la palabra ha
ocupado el lugar principal en el sistema de la comunicación
humana. De acuerdo con la opinión mayoritaria entre los
especialistas, primero existió la palabra como sonido y después
vino la palabra como escritura, apenas hace unos treinta mil años.
Durante este largo período la palabra, hablada o escrita, ha
gozado de un prestigio unánime gracias al poder que se le
concedió como modalidad privilegiada para traducir y comunicar
la experiencia humana; de una manera traducible a su vez a
otras formas expresivas, de las cuales ha operado como clave
última de explicación.
Eseprestigiohaquedado simbolizadoen relatos que reivindican
el origen y la naturaleza divina de la palabra, presentes en las
concepciones cosmogónicas de las más diversas culturas, así
entre los dogon en Malí como entre los guaraníes en Paraguay.
Los más conocidos entre nosotros son, por supuesto, el
relato del Génesis según el cual Dios crea la luz nombrándola:
Dijo Dios “Haya luz”, y hubo luz
(Gen. 1,3); pero, sobre todo,
la equiparación de Cristo como la palabra de Dios, expresada
en varios pasajes del Nuevo Testamento, muy especialmente
al comienzo del Evangelio según San Juan, donde se lee:
En
el principio existía
El verbo, y El Verbo
estaba junto a Dios
, y El
Verbo
era Dios
(Jn. 1,1), que revela –a decir de la teología- nada
menos que el misterio mismo de la salvación: Dios habla a la hu-
manidad en su Hijo, en Cristo reafirma su amor por la humanidad,
en Él cumple su promesa de vida y perfecciona la antigua palabra de
Dios que había sido expresada en la ley.
También la palabra aparece iluminada por el fulgor divino en la
India, donde el poderoso dios-mono,
Hanuman
, le debe buena par-
te de su importancia en el panteón hindú a su erudición en las artes
de la palabra, virtud que le inspiró a Octavio Paz mucho más que
el título de uno de sus libros más interesantes
El mono gramático
-este es, por cierto, un momento oportuno para confesar que yo
he tomado prestado el nombre de un poema de Paz para darle
título a este artículo; lamentablemente no puedo reproducirlo
aquí pero recomiendo vivamente su lectura a propósito de
nuestro tema-.
Un ejemplo célebre más lo encontramos en el mito judaico del
golem
. Según la tradición, los
golems
son criaturas producidas
por aquellos cabalistas capaces de desentrañar los misterios de la
divinidad y conseguir, imitando la manera como Dios creó a Adán,
hacer funcionar un muñeco de barro gracias a la palabra: una
de las versiones más sugerentes de este mito dice que el
golem
adquiere la capacidad de movimiento cuando se le escribe en la
frente la palabra
Emet
(
אמת
) que significa “Verdad” en hebreo,
pero se destruye al borrársele la primera letra, lo que la convierte
de inmediato en
Met
(
אמ
) que significa, precisamente, “Muerte”.
El Golem
se llama uno de los poemas más notables de Jorge
Luis Borges, cuyo inicio vale la pena recuperar aquí por su
relación con el asunto del que aquí hablamos, empieza diciendo:
Si (como el griego afirma en el Cratilo)
El nombre es arquetipo de la cosa,
En las letras de rosa está la rosa
Y todo el Nilo en la palabra Nilo
En esos versos Borges alude al viejo debate recogido por Platón
en el diálogo
Cratilo
que confronta dos posturas sobre el origen
del significado de las palabras, una que supone que cada palabra
trae su significado dado por naturaleza y la otra que asegura su
carácter arbitrario; si bien la cultura moderna resolvió el debate
en favor de la segunda postura, eso no la despojó de su halo
divino ni mermó su poder. De manera que si, en el relato bíblico,
la palabra pronunciada por Dios tuvo el efecto de producir la luz
que desde el principio de los tiempos recorta los contornos de
todo lo existente diferenciando una cosa de otra; en la historia,
la palabra pronunciada por el ser humano ha tenido la capacidad
de nombrar y ordenar lo existente, y de esa manera añadirle o
sobreponer a la naturaleza
otra
naturaleza.
DECIR: HACER
Por: Lic. Noé Castillo Alarcón, Director General del Medio Universitario
¿Alguna vez has asistido a psicoterapia u orientación
psicológica? Si lo has hecho, seguramente sabes que la dinámica
es “sencilla”: vas, te sientas y comienzas a hablar de lo que piensas,
de cómo estás, qué sientes, y para todo esto te escucha y acom-
paña un profesional que guía tu proceso hacia algo productivo que
te lleve a sentirte mejor contigo y a tener relaciones más sanas con
los otros. Sí, eso es, a muy, muy grandes rasgos la psicoterapia.
Ana O., famosa paciente de Sigmund Freud denominó a su pro-
ceso terapéutico con él “la cura del habla”, debido a que con sólo ir
a hablar con el Dr. Freud ella notaba mejoría en su estado emocio-
nal. ¿Será que lo curativo son las palabras? Puede ser que sí, pero
más que eso, el hecho es que las palabras representan la última
manifestación de un ejercicio de conciencia y honestidad con uno
mismo y con el otro –terapeuta-. En terapia se dice lo que difícil-
mente se diría fuera de la seguridad del consultorio, ahí se acepta la
propia vulnerabilidad, el temor, la tristeza y hasta el entusiasmo y el
goce y se comparte con alguien que no juzga, sino que acompaña.
Y es que en psicoterapia las palabras adquieren un sentido par-
ticular, porque las palabras
representan
lo que sucede en nuestro
mundo interior: los más profundos sentimientos, los pensamientos
que nos agobian o alimentan, nuestros sueños, en fin. Las palabras
se vuelven el medio y el mensaje, como diría McLuhan, para ma-
nifestar parte de lo que somos, la parte que puede compartirse y
trabajarse, aquello que podemos reconocer y por lo tanto, de lo que
podemos tomar responsabilidad. Las palabras que decimos –den-
tro y fuera de psicoterapia- son nuestra responsabilidad. Siguiendo
con esta idea de McLuhan de “el medio es el mensaje”, las palabras
se vuelven medio y mensaje cuando usarlas o no, tiene su propio
significado como tal. Hablar de algo, o no hacerlo, está diciendo
implícitamente algo, aquello que reconocemos o bien, aquello que
evadimos u ocultamos.
Quizá esta explicación un tanto simplista de la psicoterapia pu-
diera hacernos pensar: “entonces para qué iría a terapia a pagarle a
alguien para hablar y que me escuche, si puedo tomar un café con
algún amigo y el efecto será el mismo”. Bueno, sí y no. Ciertamen-
te una charla entre amigos tiene su propio poder curativo, pero la
diferencia con la psicoterapia radica en que la persona frente a ti,
está preparado(a) para no juzgarte, para escucharte y encaminar
tus palabras y tus reflexiones para lograr estabilidad y salud en tus
relaciones así como contigo mismo, en pocas palabras, la misión
del psicoterapeuta será lograr tu salud emocional y bienestar.
A partir de esa capacidad de re-crear las cosas, los
seres humanos le hemos dado a la palabra la facultad
de ser portadora de nuestra presencia y recuperar
íntegras en ella nuestra dignidad y voluntad; algunas
muestras sorprendentes de lo anterior son actos como
el juramento, la promesa y, por supuesto, el testamento.
Sorprendentes, digo, porque no es posible pasar
de largo frente a la maravillosa capacidad que algo
tan frágil como la palabra ha tenido para servir de
fundamento y dar consistencia a civilizaciones enteras
durante milenios.
Hoy, no obstante, la palabra parece vivir bajo
amenaza, porque por una parte la cultura contem-
poránea duda cada vez más de la real capacidad y
suficiencia de la palabra para expresar lo humano,
pero también porque parece haber sufrido una drástica
disminución de su valor y, consecuentemente, también
se ha debilitado su capacidad para dar certidumbre a
la vida social.
La mayoría de quienes han advertido recientemente
sobre la crisis de la palabra y han procurado explicar
sus causas ha dicho que este fenómeno es resultado
de un largo proceso tecnológico: primero la palabra
hablada sustituyó a la gestualidad, luego la escritura se
impuso sobre la palabra hablada, después la palabra
impresa mecánicamente desplazó a la escritura ma-
nual y, ahora, la palabra impresa -especialmente el
libro- rápidamente ha cedido su lugar a la imagen y, en
general, a la cultura audiovisual.
Lo anterior es básicamente cierto; sin embargo,
decir que la declinación de la palabra es simplemente
el efecto natural de un proceso tecnológico, equivale a
observar sólo la superficie de una transformación más
profunda y decisiva.
Debajo del proceso de cambio aludido -en especial
de la última fase que nos ha tocado experimentar- ha
ocurrido un cambio mayor que parece haber fracturado
el pacto ético-social que concedía a la palabra su
eficacia; ese pacto, implícito en todas las formas de la
convivencia humana, comprometía a los usuarios de
la lengua a garantizar una doble congruencia, primero
entre la experiencia vital de cada persona y la expresión
de ésta mediante la palabra; y luego entre la palabra y
la acción.
Ese doble compromiso suponía, consecuentemente,
el despliegue de dos formas de la voluntad: la voluntad
de hablar-escuchar con veracidad y la voluntadde honrar
en los hechos la palabra pronunciada. Y, finalmente, esas
formas de la voluntad requerían de cada cual cultivar
un conjunto de capacidades y aptitudes gracias a las
cuales la palabra cumplía su vocación performativa; ese
conjunto de saberes –por cierto- fue durante mucho
tiempo el centro de gravitación de la educación.
Las implicaciones y consecuencias de lo anterior son
enormes y diversas pero ya no hay espacio aquí para
decir mucho más, salvo concluir con una espléndida
sentencia de la directora de cine Pilar Miró, quien así
resumía el problema que he querido formular en este
artículo:
Lo característico del hombre contemporáneo
es su capacidad para pensar una cosa, decir otra,
sentir otra y hacer otra distinta.
Psicoterapia:
“La cura del habla”
Por Lic. Betzabé Vancini Romero, directora de Comunicación
Institucional y alumna de la Maestría en Psicoterapia
Ilustraciones: Arturo Cielo Rodríguez
Ilustración: Arturo Cielo Rodríguez