Página 14 - noviembre2014

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formando el
mosaico
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Por Elena Gizli
¿Por qué dar las gracias hoy?
iguales, porque estaba cansada de la monotonía, de la pesadez con la
que pasaban los días. Quizá después de todo, nadie notaría su ausencia.
En el espejo pudo contemplar el rostro de una mujer joven, her-
mosa, pero que en la mirada tenía un vacío inmenso y cargado de
melancolía. Ya no quedaba nada que a ella la llenara. No aguanto más
y cuando la primera lágrima estaba a punto de salir de sus ojos, se dio
la vuelta y dejó su reflejo atrás.
Comenzó a sentir la angustia, vio las pastillas en la mesa, le entró el
pánico, tomó su abrigo y salió a respirar, a despejarse un momento.
Iba caminando en la calle cuando una mujer con una pila de libros y
papeles, resbaló y cayó. Alicia le dio la mano, la ayudó a levantarse y a
recoger todos los libros y hojas que salieron volando. “Gracias” le dijo
la mujer y le regaló una amable sonrisa. Alicia, ya más tranquila, volvió a
su casa a cumplir su cometido.
Se quitó el abrigo, entró a su habitación y al pasar por el espejo,
pensó en la palabra que le había dicho la mujer: gracias, y se dio cuenta
que antes de terminar con su existencia quería agradecer a la vida por
lo mucho o poco que le hubiera dado. Se puso frente al espejo, se miró
fijamente en él y comenzó a dar las gracias en voz alta: “Gracias por
todas las mañanas hermosas, gracias por las risas, los llantos y todas
las emociones, gracias por la felicidad, gracias por las cosas hermo-
sas que pude ver y las no tanto, pues éstas me ayudaron a apreciar
más las primeras, gracias por mi familia, la de sangre y la que escogí;
gracias por todas las personas que para bien o para mal han estado en
mi vida, gracias por todo lo que he leído, gracias a las sonrisas que me
han regalado…” Y así continuó con su larga lista, hasta que hizo una
pausa, fue a la mesa y tiró todas las pastillas, se dio cuenta que su de-
seo de vivir era mucho más grande que el de terminar con su existencia.
Fue así como acabó con su vida, con la vida a la que le había quitado
todo el sentido posible y decidió iniciar una nueva. Volvió al espejo y
con una sonrisa dijo: “Y gracias a ti, por enseñarme el valor del tiempo”.
D
ar las gracias parece ser una acción muy sencilla de realizar,
sin embargo en ocasiones es de las cosas más difíciles. Es
muy común que cuando tenemos problemas o sentimos que
ya no podemos más con alguna situación, nos concentremos
tanto en ella que dejamos de lado el resto de la vida que comienza a
pasar de largo con cosas positivas y es cuando hacemos la pregunta:
¿por qué a mí? ¿Por qué me deben pasar todas las cosas malas a mí?
En esos momentos lo que a mí me gusta hacer, es detenerme un
instante a reflexionar y darme cuenta que a pesar de tener un proble-
ma, tengo muchas más cosas por las cuales agradecerle a la vida,
comenzando por estar viva. A veces es mucho más fácil quejarnos que
darnos cuenta de todas las cosas maravillosas que tenemos.
Por otra parte, a veces me pregunto por qué a las personas les es
tan difícil decir una palabra tan chiquita pero tan pesada como gra-
cias. Cuando vas a un restaurante, a una tienda o a cualquier lugar
donde te otorgan un servicio, da las gracias ya que no te cuesta nada
y a cambio puedes ganar mucho. No sabemos por lo que ha pasado
la persona a lo largo del día y quizá nuestro gesto de amabilidad pue-
da cambiarle el panorama de una manera que no logramos imaginar.
A continuación me gustaría compartirles una pequeña historia dedi-
cada al agradecimiento:
Alicia decidió que hoy moriría. Se levantó desde muy temprano,
dejó toda su casa en orden y se dispuso a preparar las cosas para su
muerte. Sobre la mesa se encontraban todas las pastillas que había ido
comprando desde hacía un año, día a día. Ya no había marcha atrás, la
decisión estaba tomada.
Se dirigió a su habitación y se arregló como si fuera a ir a una fiesta,
el reloj marcaba las dos de la tarde. Cuando estuvo lista, se detuvo a mi-
rarse un minuto en el espejo, quizá el minuto más largo de toda su vida.
¿Por qué lo haría? ¿Acaso es que ya no quedaba ninguna esperanza?
Lo hacía porque estaba harta de una vida vacía, de días grises y todos
Ilustración: Edith Hernández Durana