Página 8 - noviembre2014

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central
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S
igno básico de la educación que posee una persona: el dar
las gracias. Resulta una discusión interesante el por qué
desde chicos se nos enseña (y condiciona en algunos ca-
sos) a explotar la palabra como si fuera una llave que abre
mundos y puerta. ¿Qué implica dar las gracias? Resulta que “Las
Gracias” son un conjunto de diosas griegas, advocaciones de deter-
minados gestos y valores humanos, como la belleza, la creatividad,
el encanto. Resulta entonces, que cuando recibimos algo y damos
las gracias a cambio, deseamos a esa persona que sea recipiente
de dichos valores positivos: es desearle una buena fortuna.
Me parece importante hacer notar algo: uno de los valores más
grandes que poseemos es el de la gratitud. No sólo porque vivimos
bajo circunstancias que nos deben hacer valorarmás esoque somos
y tenemos, sino porque la gratitud es un elemento fundamental de
la humildad y ésta, a su vez, es un valor que se ha perdido en el
espacio de la materialidad y la excesiva posesión y acumulación.
Dejamos de ser agradecidos y renunciamos a la humildad en pos
de un status de vida que muchas veces es sinónimo de falsedad y
fachada. Dejamos de ser agradecidos y nos volvemos exigentes,
más de lo que deberíamos, con la vida y, si nuestras exigencias
no son cubiertas entonces generamos reproches y resentimientos.
Como mencioné al comienzo, dar las gracias es otorgar al
interlocutor el don de la belleza y la sabiduría, entre otras, a cambio
de un servicio que se nos es proporcionado. Ser agradecido,
entonces, es tener el poder de desear bondades a nuestro otro
bienhechor, a favor de una convivencia sana y respetuosa. Es,
simbólicamente, dar una parte de nosotros a ese desprendimiento.
Sin embargo vivimos en un tiempo en el que dar las gracias no
siempre es estar agradecido. Hay algo en el ambiente que nos hace
cuestionar si aún hay algo de eso en nuestro actuar cotidiano y,
Por Lic. Alejandro Cortés Patiño, académico del Área Intercultural de Lenguas
de ser así, en qué lo hemos transformado. Las palabras dejan de
significar contextualmente y se hacen vacías, sin el sentido que
originalmente tenían. Ser agradecido se aleja de la palabra, pues a
veces los actos dicen mucho más que ellas.
El condicionamiento de la gratitud, en casi todos los aspectos
de nuestra vida, podría generar una especie de automatismo en
la respuesta inmediata a un acto que nos beneficia. ¿Hasta qué
punto, cuando damos las gracias, las damos en plena conciencia
de lo que estamos agradeciendo? O las usamos mucho, o las
usamos poco, porque no estamos seguros de lo que debe o no
debe ser factor de agradecimiento. Me gustaría proponer una lista
de cosas que requieren agradecimiento: cuando tenemos salud;
cuando tenemos una familia y amigos que nos cuidan y comparten
nuestras vidas; cuando poseemos todas nuestras facultades,
mentales y físicas; cuando podemos expresar lo que pensamos;
cuando podemos dirigir nuestras vidas; cuando alguien se ocupa
de nosotros cuando lo necesitamos; cuando tenemos la capacidad
de elegir; cuando podemos tener todas las comidas en un día y no
pasar hambre o frío.
La gratitud y la humildad. Dos palabras que a veces pasamos por
alto por estar demasiado ocupados o preocupados por trivialidades.
No debemos olvidar que si tenemos aire que respirar, deberíamos
agradecer poder tenerlo antes de que se nos acabe. A veces nos
damos cuenta, muy tarde, de las cosas por las cuales deberíamos
haber sido un poco más agradecidos de lo que fuimos. Que no
debimos sólo dejarlo con un “gracias”, sino realmente invocar a las
diosas griegas para que tanto a nosotros como al otro, nos iluminen
esos valores que tanto añoramos, pero que tanto hemos pisoteado
por mirar a un castillo en el aire. No basta con decir la palabra,
actuar en gratitud hacia es lo que deberíamos practicar.
Ilustración: Cristina Bermúdez Flores, alumna de la licenciatura en Diseño en Ineracción y Animación Digital