Página 12 - octubre2014

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I.
Se dice que en el juicio que el Senado francés hizo a Heidegger por no solamente guardar silencio sino
aceptar el
Freiburger Rektorat
de la dictadura del
Unheil
, se hallaba sentado, junto a Sartre y Jaspers, el judío
Lévinas, desfigurado por años en la
Lüneburger Heide
, ya sin familia, vomitado él con su raza por la Alemania
de la
razón pura.
Llegada la hora de declarar contra el hombre que impidió la entrada a la Universidad de Freiburg a su mentor
Husserl, el
Phänomenon
, a quien años antes había dedicado su obra maestra,
Sein und Zeit
, Lévinas se puso
en pie y gritó:
Dejen // en paz // al maestro.
Eso fue todo.
II.
Theodor Adorno -quien analizó la obra entera de Heidegger y llegó a la conclusión de que no eran más que
panfletos fascistas su
Das Wesen des Daseins liegt in seiner Existenz
y adjuntos- sostiene en su
Crítica,
Cultura y Sociedad
que, después de Auschwitz, escribir poesía es un acto de barbarie.
III.
Si lo que el Gabo hizo en Cien años de soledad es poesía -¿qué otra cosa podría ser si no?-, entonces este
año han muertos los tres bárbaros más grandes que ha dado nuestro continente, que no se sabe contener, a
pesar de / diga Adorno lo que / Adorno no estaría de acuerdo / no sería un buen juez.
IV.
Gelman, que provenía de la misma parte centroriental de Europa y era judío al igual que Lévinas - pero no
celebraba con el lomo ceñido la Pascua ni comía el pan de la prisa puesto en pie rezando:
Mi padre era un
arameo errante-
, concebía, a la Hölderlin, la poesía como un cuerpo endeble que, sin embargo, se hallaba
siempre en pie. Se imaginaba que, contra el dolor
circumvolat omnia
que la dictadura militar había instaurado
sobre su sangrada Pampa –Lévinas, para continuar el paralelismo, se conjuró, después de ver evaporado el
cráneo de su madre y de su padre y de su todo, a no pisar suelo alemán nunca más-, la poesía, cuerpo
violado, sería una afrenta impenetrable contra la muerte que vapuleaba su mente que no cesó de escribir
poemas y cartas a Andreíta, la nieta que buscó por décadas hasta perder el buen humor, y que un día
apareció.
Ahí está la poesía // dijo años después // de pie
contra la muerte.
V.
En los últimos años de su existencia, también Heidegger, el temerario, se volcó sobre la
poiesis.
En su ensayo
Wozu Dichter
citando –como lo citó Gelman al recibir solemnemente el Cervantes-el poema de
Hölderlin, asegura que el verso “Pero donde hay peligro / crece también lo salvador” del himno Patmos,
manifiesta, bien entendido, la expiación de los poetas, su aria inexpugnable. Es en el peligro donde se llega al
mayor conocimiento, donde habita la epifanía propiciatoria.
A pesar de ello, o quizás precisamente porque Heidegger no era poeta, los entrevistadores Wolff y Augstein
del
Der Spiegel-Magazin
nunca le lograron entender / justificar / morder por qué el nazismo llegó a ser
amanecer para el Professor Heidegger, por qué se arrepintió tan tarde, por qué el espíritu alemán encarnado
en él no supo dar más que la muerte, contra la que la poesía se pondría en pie.
VI.
En Patmos - a cuyas entrañas alude Hölderlin en el himno del que saca su lección Heidegger- siglos antes, el
viejo Juan, que era poeta, tuvo una epifanía mayor que todos:
Mira – le cantó un cordero sentado sobre un trono envuelto en sangre-:
He aquí que yo hago nuevas
todas las cosas.
La redacción forma parte del estilo del autor /
Ilustración: Fernando Michel Calderón Miranda
PATMOS
Por Pablo Piceno Hernández, alumno de la licenciatura en Literatura y Filosofía