Página 6 - octubre2014

Versión de HTML Básico

mosaico
central
[ 6 ]
Por Dr. Jaime Rivas Castillo, académico investigador de la Universidad Centroamericana “José Simeón
Cañas”, El Salvador / Miembro de la Red Jesuita con Migrantes en Centroamérica
L
a declarada “crisis humanitaria” de los niños, niñas y
adolescentes detenidos en la frontera sur de Estados
Unidos por ingresar a este país de manera irregular, ha
vuelto a colocar a Centroamérica en la agenda regional.
El istmo centroamericano, en el que habitan actualmente unos
44 millones de personas repartidas en siete países, la mitad
de esas personas en condiciones de pobreza, presenta una
intensa dinámica migratoria, tanto por los flujos de migración
intrarregional (al interior de esos países) como hacia fuera de la
región, en particular hacia Estados Unidos y, más recientemen-
te, hacia México. De hecho, este último comienza a aparecer
con más fuerza en los planes migratorios de muchos centro-
americanos, como alternativa y en respuesta a las dificultades
de atravesar el territorio mexicano y de alcanzar la frontera con
Estados Unidos. Dado que la subregión del “Triángulo Norte”
(Guatemala, Honduras, y El Salvador) comparte características
similares en cuanto a sus dinámicas migratorias, nos centrare-
mos a continuación en esta parte de Centroamérica.
Crisis, ¿para quién?
La “crisis de los niños”, tal como la anunciara el gobierno
norteamericano en junio pasado, al verse rebasado en sus ca-
pacidades para procesar todos los casos individuales de niños,
niñas y adolescentes detenidos, es solo el último episodio de
una crisis que ya se ha vuelto permanente para los centroa-
mericanos. Porqué habría que preguntarse por los autores y
las circunstancias de esta última declaratoria. Ha sido el propio
Barack Obama quien lo ha anunciado a mediados de este año
y, acto seguido, los gobiernos de Guatemala, El Salvador y de
Honduras han hecho suya esa declaratoria. Antes no la habían
reconocido oficialmente ni actuado con tanta prisa pese a que,
ya desde hace años, las organizaciones defensoras de las per-
sonas migrantes y algunos organismos internacionales habían
calificado el tránsito de centroamericanos hacia Estados Uni-
dos como una crisis humanitaria, debido a los peligros del viaje
y a los vejámenes de los que son objeto.
La actual crisis, tal como ha sido enunciada, bien puede califi-
carse como una crisis administrada, magistralmente orquestada
desde la otra ribera del Río Bravo para apartar a la opinión pú-
blica de asuntos vitales para Centroamérica como la Reforma
Migratoria. El anuncio ha tenido grandes repercusiones entre los
gobiernos de este lado de la frontera, supeditados a la agenda
de seguridad que sale desde Washington. Mientras el gobierno
norteamericano grita a los cuatro vientos que se ve desbordado
por la crisis, el gobierno mexicano –desviada la atención hacia
el norte y cobijado por eufemismos al estilo “alojamiento”, “re-
patriación” y “estación migratoria”— hace lo suyo para detener
y deportar a más niños y niñas centroamericanos que Estados
Unidos. Hasta mediados de julio, por ejemplo, mientras este últi-
mo país había deportado a unos 100 niños y niñas hondureños,
acompañados con alguno de sus padres, México había devuelto
a Honduras a casi 12 mil. La actual crisis quizás lo sea para
Estados Unidos y le representa al gobierno de ese país un pro-
blema administrativo; pero, al fin y al cabo, para miles de niños,
niñas y adolescentes centroamericanos ha sido una permanente
situación crítica que comenzó hace años y no parece mermar.
Los problemas estructurales
Durante la celebración de la semana del migrante en San Sal-
vador, en la primera semana de septiembre, la Viceministra para
Salvadoreños en el Exterior, Liduvina Magarín, anunciaba que las
campañas disuasivas del gobierno habrían tenido éxito al regis-
trarse una tendencia a la baja en los casos de niños y niñas dete-
nidas en la frontera sur de Estados Unidos. Sin embargo, no nos
atrevemos a sostener que esta tendencia se mantenga ni nos
suscribimos a anuncios triunfalistas, debido a que los problemas
estructurales que motivan la emigración de los salvadoreños,
guatemaltecos y hondureños, no solo niños, sino fundamental-
mente jóvenes en edad laboral, no se han visto modificados al
correr de los años.
La situación económica de los países del Triángulo Norte,
principal razón por la que emigra la gente, no ha mostrado mu-
chas mejorías. Honduras, por ejemplo, es el país más pobre de
la región, con el 62% de su población viviendo en esa situación,
mientras que Guatemala sigue siendo el país más desigual de
Centroamérica. El Salvador comparte con sus vecinos los índi-
ces más altos de homicidios del mundo, un problema que afecta
mayormente a los hombres jóvenes que, a su vez, son los que
más emigran. Pese a este hecho contundente para las personas
de a pie, existen diferencias entre los gobiernos centroamerica-
nos para reconocer oficialmente que la violencia tiene mucho
que ver en la emigración de miles de adolescentes. El gobier-
no salvadoreño, por ejemplo, no lo reconoce. Finalmente, como
consecuencia del fortalecimiento de redes sociales que estre-
chan lazos hasta distintos puntos de Estados Unidos e incluso
de México, los centroamericanos viajan, con mayor recurrencia
entre salvadoreños y guatemaltecos, a reunirse con sus seres
queridos que ya viven en aquellos sitios y que han logrado cons-
truir un proyecto de vida. Mientras no se aborden los problemas
estructurales de la región no podremos sostener un discurso
autocomplaciente.
¿Hacia dónde vamos?
Pese a que los gobiernos de México y Estados Unidos le-
vanten más muros, militaricen las fronteras o bajen a los mi-
grantes de los trenes de carga, los centroamericanos seguirán
colándose por los resquicios y, saltando desde la grietas de
sus fragmentadas sociedades, continuarán alimentando un flu-
jo migratorio que no parece mermará en el corto ni mediano
plazo, en tanto que, como hemos dicho, no se modifiquen los
problemas estructurales que orillan a la emigración. Mientras
muchos son detenidos en su intento por alcanzar su sueño y
son expulsados de nuevo hacia sus países, otros se quedan en
el camino y tratar de reconstruir sus vidas, dado que no pueden
regresar a sus lugares de origen, ya sea por las deudas como
por la inseguridad o la falta de oportunidades.
Ojalá México, más pronto que tarde, reconozca que ha de-
jado de ser solo un país de tránsito para los centroamericanos
y que se está convirtiendo cada vez más en una opción nada
despreciable para quedarse y construir un proyecto de vida. La
gente de Centroamérica está mirando a México también como
un lugar para vivir.