Página 8 - octubre2014

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mosaico
central
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Quizá porque nos hemos integrado demasiado a un sistema in-
dividualizante y extremadamente competitivo. Porque se nos ha
enseñado que la comodidad es producto del trabajo remunerado
y no de la calidad de vida; porque se nos enseña que la calidez
es un anti valor (para los valores productivos) o, en todo caso, un
producto; porque cada día habitamos más casas y menos hogares;
porque ser hospitalario es abrirse a un mundo que nos enseña,
paradójicamente, a permanecer cerrados.
Bienvenidos”, dice un tapete situado en la entrada de nuestras
casas. Pero, ¿nos hemos puesto a pensar qué dimensión tie-
ne esa palabra?, ¿quiénes son bienvenidos a nuestro hogar?
Todos y nadie. La hospitalidad tiene muchas formas de mani-
festarse y otras tantas más de entenderse. Pensemos una imagen
común: invitamos a nuestros amigos y familiares a nuestra casa, les
abrimos la puerta, les permitimos tomar parte de nuestra intimidad
y nuestro anonimato; hacemos que se sientan cómodos en el sillón,
les proporcionamos la mejor parte de la botana, la cerveza más fría,
el mejor sitio en la mesa del comedor. Verificamos que el baño y las
posibles rutas que utilice nuestro invitado estén impolutas, que haya
un aroma acogedor en el ambiente; buscamos, en sí, la perfección
del espacio procurando que, igualmente, el tiempo sea óptimo.
La forma en que comprendemos la hospitalidad tiene muchos
reflejos de nuestra vida personal. Sabemos que debemos tratar a
la gente, extraña y conocida a la vez, de la misma manera en que
a nosotros nos gustaría ser tratados. Sabemos que es menester
mantener una conversación interesante, que halague al invitado a
la vez que produzca una atmósfera de bienestar y camaradería.
Tomarse el tiempo necesario para atender las necesidades del
otro en tanto que comparte nuestro espacio. En los conceptos
básicos de la convivencia con los otros, deberíamos insertar toda
la idea de la hospitalidad, no como un servicio mercantil, sino
como una actitud de vida en la cual depositamos la creencia en
una igualdad dentro de la diferencia. Hospitalidad debe igualar
a la responsabilidad de querer integrar al otro, apreciando su
diferencia y su extrañeza, celebrando la condición humana.
Comodidad, cercanía, calidez: manifestar la diferencia entre casa
y hogar. Recibir a alguien extraño o conocido en nuestra casa no es
igual a recibirlos en nuestro hogar; aquella construcción simbólica
que es más cercana a lo emotivo que a lo estructural. Queremos que
el invitado sea parte de la familia, que tenga acceso a los diferentes
espacios del hogar. Como sugieren autores como Jean Baudrillard y
Erving Goffman, hasta la distribución de los objetos del espacio ca-
sero dan muestra de algo: del orden, de la disposición de lo visible,
de la organización de eso que se quiere mostrar, de lo que se oculta,
de la intimidad y del anonimato. Es un juego de imágenes de lo
que debe ser mostrado, de lo que debe ocultarse y de las formas
en que el otro puede pertenecer, aunque sea momentáneamente, al
espacio propio.
¿Cuántas veces nohemos sido testigos de la carencia tangrande
de hospitalidad que cada vez es mayor en nuestra sociedad? Y
volvemos a lo mismo: no hablo de la hospitalidad a la cual nos
hacemos acreedores al pagar un servicio, sino a la actitud de vida,
esa parte fundamental de la vida humana que es el respeto y la
tolerancia a nuestras diferencias. Vemos constantemente cómo
elementos tales como el bullying, el mobbing, entre otros males
sociales, destruyen la idea básica de la convivencia sana y pacífica,
en la que se respeta y se venera la diferencia, frente a la destrucción
y vulneración de la otredad en tanto que diferente y, muchas
veces, desigual. ¡Qué lindo sería transitar una calle en el DF sin
ser apresurado por la marea de autos que están desesperados por
pasarse el alto! ¿Quién dice que eso no es parte de ser hospitalarios?
En la Edad Media, las órdenes hospitalarias tenían a su cargo a
los viajeros, enfermos y desconocidos quienes requerían ayuda,
sea cual fuera el origen de sus males. Éstos los atendían pues
su vocación era justamente la de ayudar y apropiarse del papel
de buen samaritano, desprendido de sí mismo, desinteresado y
compasivo. ¿Qué nos detiene para ser así?, ¿por qué nos cuesta
tanto trabajo asumir la hospitalidad como un modo de vida?
Por Lic. Alejandro Cortés Patiño, académico del Área Intercultural de Lenguas
Bienvenido seas, extraño
Ilustración: Ma. Lissette Rojas Tejeda