Página 10 - septiembre2013

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central
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S
i me preguntaran sobre mi postura frente a las relaciones
de género, tendría que decir que soy feminista, aunque
para ser honesta, prefiero no utilizar ese término, debido
a la desinformación que existe al respecto. Se cree que
las feministas son marimachas/lesbianas, androfóbicas o neuró-
ticas paranoicas. Desde que empezó este movimiento, se le ha
acusado de ser un peligro para la familia y la sociedad en general
y, por encima de todos los prejuicios con los que debe cargar,
se piensa que el feminismo es una postura que beneficia a las
mujeres y va en contra de los hombres, por lo tanto es una pos-
tura exclusivamente femenina. Esto, por supuesto, es tan ridículo
como afirmar que el machismo sólo afecta a las mujeres y que los
hombres son los únicos machistas.
Pero hay que dejar algo en claro, machismo y feminismo son es-
tructuras de pensamiento que definen el rol de género que deben
desempeñar hombres y mujeres, y para que dichos sistemas
existan se necesita de los miembros de toda la sociedad, de
ambos sexos. Ser machista o feminista no es estar a favor de los
hombres o las mujeres, sino tener una concepción sobre cuáles son
los derechos, obligaciones y funciones de cada sexo, a partir de
caracterizaciones biológicas, y sobre todo culturales. La confusión
nace, creo, de la relación tan obvia de la etimología en los términos
machismo y feminismo con uno u otro sexo. Si tuviera alguna clase
de autoridad en el ramo, sugeriría el cambio de nombre de ambos
sistemas con el fin de que las personas, independientemente de
su sexo, puedan comprender más fácilmente las consecuencias
que estos acarrean en las relaciones interpersonales, los auto-
conceptos, las estructuras familiares, sexuales, intelectuales... en
fin, en toda la estructura de nuestras vidas.
Digamos en términos llanos (muy llanos) que el machismo tiene
una concepción rígida sobre el papel que los seres masculino y
femenino deben desempeñar. El feminismo (o al menos del que
soy partícipe, pues no existe sólo uno) habla sobre derechos y
obligaciones desde un punto de vista de ser humano, indepen-
dientemente de su sexo, y su papel principal como marco teórico
ha sido el de poner en duda cada concepción preconcebida y
aceptada por el sistema dominante, es decir el machismo. Es cier-
to, las pioneras del feminismo fueron mujeres, y la mayoría de sus
defensores en la actualidad son del sexo femenino, además de
que muchas pseudo-feministas mantienen las mismas estructuras
de diferenciación de género del machismo, pero alteradas para
beneficio propio (p.e. “soy mujer, no puedes pegarme, pero eres
hombre, yo sí puedo hacerlo”).
Lo que me gustaría señalar aquí es cómo el machismo no
sólo afecta a las mujeres (tema que es mucho más sencillo de
rastrear en línea u otros medios) sino a toda la sociedad en
general, por el hecho de cimentarse en conceptos rígidos del
ser masculino (fuerte, generoso, independiente, etc.) y femenino
(emocional, débil, vulnerable, etc.) que limitan el desarrollo del
potencial humano, y de cómo el feminismo (o el sistema que puede
tener otro nombre como
equitativismo
o algo así) puede ser una
alternativa para una sociedad más justa y funcional.
Una misma caracterización de hombres y mujeres beneficia y
afecta a ambos por igual, en contextos diferentes. Por ejemplo,
la sexualidad impulsiva de los hombres y la sexualidad recatada
y tímida de las mujeres. En un escenario obliga a las mujeres
a reprimir sus impulsos y necesidades sexuales en pos de una
imagen de “mujer respetable”, en otro justifica los abusos y agravios
de varones sobre mujeres, en otro obliga a éstos a estar siempre
Ser hombre, ser mujer
y ser humano
dispuestos y los hace responsables por la calidad de la experiencia
sexual de ellos y su pareja, en otra les quita la calidad de seres con
necesidades afectivas y los retrata como incapaces de mantener
una relación emocional. Lo mismo sucede con la concepción
mujer maternal, hombre proveedor. Por una parte a la mujer se
le considera mala mujer si no cumple con el papel tradicional de
madre, y a un hombre no se le permite dedicarse al cuidado del
hogar y los hijos sin tildarlo de “mandilón”, “mantenido” o “poco
hombre”. El creer a los varones incapaces de cuidar a niños
por razones biológicas se traduce en obstáculos sociales y hasta
legales que les impiden dedicarse a profesiones como maestros de
preescolar, o que dificulta querellas respecto a la custodia de los
hijos, o las prestaciones sociales frente a las de las madres solteras.
O tomemos este otro aspecto, que personalmente me resulta tan
espinoso por la manera en que se aborda: la violencia de género.
Está prohibido golpear a las mujeres, aunque en realidad cualquier
violencia contra cualquier ser humano debería estar penado,
¿no?, hace algunos años encarcelaron a una mujer acusada de
violencia de género contra su novia, ¿Existen casos similares en
donde la agresora es la mujer sobre el hombre? Si bien existen,
estas situaciones son poco conocidas, en primer lugar porque son
las menos denunciadas, y en segundo porque los avergonzados
hombres golpeados son humillados cuando lo hacen.
Y así podría continuar enumerando injusticias tanto para hombres
como para mujeres dentro de este esquema de pensamiento, que
aún con influencias del feminismo sigue teniendo una concepción
meramente machista. Lo que necesitamos es dejar de ver
vulnerabilidad femenina y abuso masculino, y darnos cuenta de
que el sistema tiene ideas intrínsecamente violentas para ambos
sexos, que ambos ejercemos el papel de víctimas y verdugos, y
que si deseamos construir una sociedad con justicia y dignidad
para todos, es necesario abandonar estas ideas rígidas que
coartan la libertad de nosotros mismos y el otro u otra.
Por Adriana Gorra Valtierra, alumna de la Licenciatura
en Interacción y Animación Digital
Ilustración: Ma. Lissette Rojas Tejeda