Página 9 - septiembre2013

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mosaico
central [ 9 ]
Pasa un grupo de chicas frente a un aparador, en el que se
muestra a una modelo que presenta ciertas características que
no nos sorprenden más: cumple con cierta estatura, el rostro es
fino y quizá excesivamente definido, sobresalen los pómulos y
los ojos emiten una luz casi propia, la figura del cuerpo refleja
un tiempo constante de ejercitaciones (si no se trata de cirugías
médicas o multimedia) que mantienen a la modelo en un peso y
masa muscular determinados y que la hacen ver cómoda y segura
con la prenda que esté publicitando. Las chicas, quizá demasiado
jóvenes para comprender los mensajes ocultos que conlleva di-
cha imagen, se obsesionan con tal figura (ejemplo a seguir y sus
vidas empiezan a girar en torno a obtener ese cuerpo y talla para
verse tan seguras y cómodas con la ropa que utilizan). De igual
forma podemos imaginar a un mismo grupo, pero de chicos, quie-
nes no sólo aspiran a cumplir con las características de la figura
(ejemplo), sino que desean una vida como la que tanto el modelo
como la modelo representan en los comerciales televisivos de las
marcas de renombre y prestigio mundial: un hombre que cumple
con ciertas exigencias sociales en cuanto al físico, quien a su vez
comparte una vida aparentemente exitosa con una mujer igual-
mente exigente y representante de una voluntad ajena a ella y
ambos expresan un estatus de felicidad y recompensa por utilizar
tal o cual vestimenta que otorga cierto nivel y cierta clase.
Así funciona en estos días eso que llamamos
sexualidad
: deja
de ser una parte integral de nuestra vida en sociedad para vol-
verse un mero producto que consumimos al ritmo de cuarenta
segundos de comerciales o de una impresión tamaño carta que
vemos en una revista de presencia nacional o mundial. La cons-
tante construcción y deconstrucción de la vida sexual y del ejer-
cicio de la sexualidad se resume al ideal impuesto por los medios
de comunicación, el cine y hasta la música, en el que el cuerpo y
la posesión y ejercicio de una sexualidad determinada se vuelven
un pasaporte de inclusión a ciertos grupos sociales que podría-
mos considerar como exclusivos. La sexualidad ya no se ejerce
tan sólo en términos del rol social que nos es otorgado (impuesto)
sino que ahora parece que ésta debe cumplir con exigencias que
marcan cada vez más un ritmo impaciente y una creciente sepa-
ración y negación de nuestra parte natural, que tiende a transfor-
marla en un objeto desechable, adquirible a cierto costo y super-
ficial. Una sexualidad que siempre incluye una serie de mensajes
ocultos que nos dicen -o intentan decirnos- cómo y de qué forma
debemos construirla y bajo qué criterios debemos consumirla y
ejercerla: ropa, música, lengua/habla, códigos estéticos, vínculos
sociales e intersexuales. Pareciera en estos términos, que ahora
tanto la construcción como el ejercicio de la sexualidad están
más vinculados al concepto de éxito, socialmente impuesto bajo
la lógica del consumo, que con el concepto de libertad y placer
como resultado del pleno uso del cuerpo. Así es que la sexuali-
dad se controla y se censura. Pero ya no es el tipo de censura
que se aplicaba desde mediados del siglo XIX hasta, quizá, hace
veinte o treinta años. Ahora la sexualidad se controla como una
política de mercado, se le otorgan valores de uso y de cambio y
se califica en términos de éxito. ¿Será acaso que la sexualidad
en nuestro tiempo se parece más a un objeto de moda que a un
ejercicio de libertad? Cuando la ejercemos, ¿realmente lo hace-
mos con libertad y sin censura? Cuestiones que dan mucho de
qué hablar y mucho más que temer pues, parafraseando a Michel
Foucault, el contradiscurso de la sexualidad no gira en torno a
ella sino en sus prohibiciones y problemáticas; esto implica su-
mergirnos en lo más profundo y desconocido de nuestra socie-
dad, hacia donde se encuentran sus más arraigados temores,
hacia una verdadera libertad y donde, quizá, podríamos encon-
trar el verdadero valor de la sexualidad, fuera de todo mercado y
libre de toda censura.
Mensajes ocultos
Por Lic. Alejandro Cortés Patiño,
académico del Área Intercultural de Lenguas
posibilidades del
cyberpunk
. La pornografía, tal como el terror o
la ciencia ficción, se modifica conforme cambian las necesida-
des sociales, las expectativas de la tecnocracia y, por supuesto,
las posibilidades de un
marketing
poco legislado.
El ciberespacio, tal como se concibió en las corrientes del
cy-
berpunk
, es un lugar donde todo puede llevarse a cabo. Un terre-
no sin límites. La dimensión desconocida. Es el desierto en donde
cada grano de arena puede representar un mundo nuevo. No es
extraño, entonces, que se presente como un sitio lo suficiente-
mente recóndito para alimentar las apetencias más escondidas
de la lujuria.
La carne habla, pero lo que escucha es la
cibertualidad
. Una
realidad alterna donde el hombre es un ente anónimo, sin rostro
ni pasado (un simple programa o una extensión de la pantalla) y
las pulsiones sexuales más recónditas, aquellas que pueden ser
negadas en el desarrollo de la vida diaria, están al alcance de
un simple
clic
. Basta teclear aquellas palabras que guardamos
en nuestros archiveros prohibidos (incesto, violación, masoquis-
mo) para que una galaxia, compuesta por miles de pequeños
planetas creados por esas locuciones, comience a expandirse
hasta el infinito.
La contemplación pasiva es, después de todo, mucho más se-
gura. La personalidad se esconde tras un alias o un
avatar
que no
tiene que dar explicaciones ni justificar sus deseos. Internet implica
pedir y recibir inmediatamente. Información, placer o lo que requie-
ra el demandante. Por ahora, el intercambio puede darse desde la
distancia. La complacencia es primordialmente visual. Pero sabe-
mos que este es sólo el comienzo. La yuxtaposición de realidades
es, día con día, una barrera cada vez más permeable.