Página 12 - septiembre2013

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formando el
mosaico
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V
enimos de la fusión de dos culturas, en la que claramente predominó una sobre
la otra. Tanto para la religión que nos fue impuesta, así como para el lado oc-
cidental de nuestra cultura, la sexualidad es un tabú; algo prohibido. Un tema
intocable, y algo que supuestamente no se practica. Por ese lado tenemos un
grillete que no solo encadena nuestra sexualidad sino el placer en general. Es ridículo
ver cómo en nuestra cultura el amor se suprime, se relega a lo oculto. Es algo que se
tiene que hacer rapidito y a escondidas, mientras la violencia se premia con medallas
y aparece en las primeras planas de los periódicos. El tema de la sexualidad se le nie-
ga a los niños, pero se les regalan juguetes o juegos cargados de violencia. Pero la cosa
no queda ahí, porque la ignorancia sobre el tema nos lleva a quitarle el sentido al acto
sexual. Hacerlo por hacerlo. Ver el sexo como se ve una botella de tequila. Cosificar
el acto sexual es reducir su sentido. Es condenar a la banalidad la unión de dos seres
humanos (o más en algunos casos). Así que nuestra cultura y nuestra sociedad no solo
premian mal nuestros actos, sino que probablemente son culpables de que una de las
máximas expresiones de amor humano se convierta en un acto cualquiera, carente por
completo de significado. ¿Cómo afecta esto nuestras relaciones humanas? Creo que
juega un papel importante en la cosificación de la persona. Comenzar a ver al otro en
términos del placer que me puede dar, inicia casi con certeza, en la banalización del
acto sexual.
Quitarle el peso a lo sagrado
Por Guillermo Guadarrama Mendoza, alumno de la
Licenciatura en Literatura y Filosofía
S
exualidad libre suena a algo muy fácil de decir y de en-
tender. Si se le preguntara a una muestra aleatoria de
personas si estaría a favor en contra de que se regu-
lara su comportamiento sexual, la mayoría respondería
negativamente, pues hoy en día damos por hecho que a solas
en la recámara y en la cama es inaudito e imposible que se nos
prohíba algo, pues la sexualidad tendría que ser en esencia eso:
libre*. En teoría, esta libertad no tendría que estar vinculada a eti-
quetas, limitantes, castigos o injurias, a menos que dichos actos
atenten contra la voluntad del otro o contra la vida en el planeta.
Sabemos que no es así a pesar de los resultados de nuestra
encuesta imaginaria.
De cualquier manera, cuando los seres humanos llegamos
al mundo, la sexualidad no se convierte en parte importante de
nuestras vidas sino hasta después de, en promedio, una década
y media. Antes hay otras cosas. Salimos de nuestro contenedor
líquido para entrar a otro más grande, poderoso, y menos cálido y
tangible. Podría decirse que este otro gran espacio es el aparato
ideológico (también llamado por Didier Eribon como estructuras
cognitivas de la sociedad y esquemas de percepción), principal
responsable de la formación de las subjetividades y de engendrar
adjetivos y sustantivos inofensivos al mismo tiempo que aque-
llas injurias, etiquetas, limitantes y condenas. Así, antes de poder
identificarnos conscientemente con alguna de las múltiples pa-
labras que designan nuestras cualidades, el aparato ideológico
Sujeto a la cama, sujeto
a la palabra
Por Daniel Benavides Mariño, egresado de la
Licenciatura en Comunicación
ya nos tiene preparado, incluso mucho tiempo atrás de nuestro
nacimiento, un rol y un guión. Expresiones como:
puta, perver-
tida, zorra, degenerado, ramera, depravado, marica, puto, joto
y
demás, determinan de esta forma lo que se puede ser antes in-
cluso de llegar a serlo (o de estar seguro de
serlo
). Se trata de dos
lados de la subjetividad y del sujeto. Aquél que es el “centro de
iniciativas, autor y responsable de los actos”, o sea, la subjetivi-
dad como libertad y el otro, como objeto de sujeción por parte de
la ideología y de los sistemas jerárquicos de esta ideología, aquél
que está sujeto a algo.
Este sentido de encarcelamiento, la fuerza y los efectos que
estas denominaciones traen consigo van más allá de lo que la
misma muestra del primer párrafo podría considerar ético. Y sin
embargo está, entre ambas opiniones originadas en el mismo en-
cuestado ficticio, la brecha del uso dañino del lenguaje, fuente de
la incoherencia humana y de la coerción indirecta e injustificada
de las libertades; principalmente, la sexual.
Concluyo con parte de mi filosofía de vida: antes de odiar o estar
en desacuerdo con un estilo de vida o persona, hay que pregun-
tarse de qué manera el estilo de vida y la existencia propia hacen
de este mundo un lugar mejor. Después, bajo los mismos términos,
hay que preguntarse por qué la inexistencia del objeto de odio es
mejor para todos también. Si tienen un ejemplo acompañado de
una respuesta coherente a las preguntas, la esperamos.
*Aunque a ciertos miembros de la cámara de diputados estatal
les parezca relevante para legislar.
Eribon, Didier.
Reflexiones sobre la cuestión gay,
Capítulo 8, Editorial Ana-
grama, España 2001, pp. 85-93.
Ilustración: Fernando Pérez Méndez,
alumno de la Licenciatura en Diseño en Ineracción y Animación Digital