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mosaico
central
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humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida
futura y sobre la mutua relación de ambas».
No obstante, el
ritmo vertiginoso en el que actualmente se van dando cambios
en todos los ámbitos de la vida del ser humano ha exigido de su
parte un importante proceso de renovación, que si bien tuvo su más
importante referente en el Concilio Vaticano II, debe de ir, con mayor
intensidad inculturando el mensaje evangélico.
Encontrándose, entre esos temas, aquellos que más cercanos
son al ser humano, ha sido su deber procurar juzgarlos de un
modo sumamente prudente. Por ello el sacerdote salesiano
Eugenio Alburquerque afirma que se debe de distinguir entre
el hecho de que la Iglesia no acepte la homosexualidad y una
posible “culpabilidad” en contra de la persona que lo es:
«La razón
de esta distinción se encuentra, sobre todo, en que la persona
que tiene estas tendencias no ha escogido el tenerlas. Por eso,
es injusto el reprochárselas y el cargarle con una responsabilidad
que supera su libertad».
Así, por muy sorprendente que para muchos haya sido la
respuesta del Papa al cuestionamiento sobre las personas
homosexuales, sus palabras no han hecho más que reflejar
de un modo sucinto una postura que no coincide con lo que
sería una injusta y poco cristiana condena.
R
ecientemente causó gran interés la respuesta del Papa
Francisco a un cuestionamiento sobre la condición de
las personas homosexuales, cuando en unas declara-
ciones realizadas en el vuelo a Roma, de regreso de
Río de Janeiro comentó:
«Si una persona es gay y busca al Se-
ñor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?».
Interés que, en algunos casos, se resume a que es lugar común
suponer de manera sistemática una posición de condena por parte
de la Iglesia a las personas homosexuales, existiendo en múltiples
documentos una posición claramente opuesta a esta censura.
Esto tiene su fundamento en que para ella, la dignidad del ser
humano (asumiéndolo siempre como hijo de Dios) es anterior al
hecho de ser homosexual; por ello, en el catecismo de la Iglesia
católica se afirma que «se evitará, respecto a ellos, todo signo
de discriminación injusta» y la Congregación para la Doctrina
de la Fe señala que «es de deplorar con firmeza que las
personas homosexuales hayan sido y sean todavía objeto de
expresiones malévolas y de acciones violentas».
No obstante la exigencia a respetarlos, la posición de la
Iglesia se mantiene en la negativa de reconocer esa condición
como ideal, aunque más allá de una condena como se podría
suponer de la historia de Sodoma o en algunos textos del
epistolario paulino, es en la historia de la creación del hombre
donde la exigencia de una unión compuesta por mujer y
hombre resulta claramente expresada:
«La teología de la creación, presente en el libro del Génesis,
suministra el punto de vista fundamental para la comprensión
adecuada de los problemas puestos por la homosexualidad.
Dios, en su infinita sabiduría y en su amor omnipotente, llama
a la existencia a toda la creación como reflejo de su bondad.
Crea al hombre a su imagen y semejanza como varón y hembra.
Los seres humanos, por consiguiente, son creaturas de Dios,
llamadas a reflejar, en la complementariedad de los sexos, la
unidad interna del Creador. Ellos realizan esta tarea de
manera singular, cuando cooperan con Él en la transmisión
de la vida, mediante la recíproca donación esponsal».
Intentando, a través de las fuentes que fundamentan su
pensamiento (tanto el Antiguo y el Nuevo Testamento como
los documentos que constituyen el depósito de la fe), la Iglesia
busca dar una respuesta lo más actual posible al ser humano
(a la persona, a su rostro):
«es deber permanente de la Iglesia
escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz
del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación,
pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la
Apuntes
sobre la visión
cristiana de la
homosexualidad
Por Arq. Eduardo Funes Cacho, académico
del Departamento de Arte, Diseño y Arquitectura
Ilustración: Ma. Lissette Rojas Tejeda