Rúbricas 1

87 […] es necesario introducir una distinción fundamental entre identidades individuales e identidades colectivas[…] La identidad se aplica en sentido propio a los sujetos individuales dotados de conciencia y psicología propias, pero sólo por analogía a las identidades colectivas. […] la identidad, está relacionada con la idea que tenemos acerca de quiénes somos y quiénes son los otros, es decir, con la representación que tenemos de nosotros mismos en relación con los demás (Giménez, 2009, p. 11). Cuando recuerdo mis identidades, recuerdo a quienes han constituido el lado oscuro de la luna: al amigo que me jugó una traición; a Pinochet y a sus lacayos, a Somoza, a la junta militar de Argentina que a tanta juventud asesinó; a quienes enviaron a los muchachos a Vietnam primero y a Irak después, a quienes, en esos mismos lugares, padecieron la brutalidad bélica de los primeros; a quienes los masacraron en Tlaltelolco; a los que ejercen el poder para destruir, abusar y humillar con absoluta impunidad, a quienes invaden la vida de una familia y la destruyen en un instante robando el sueño y la tranquilidad… los que secuestran la vida y la paz. Las identidades son mojoneras… fronteras, fruto de una di-visión para separar el interior del exterior, el reino de lo sagrado y el reino de lo profano, el territorio nacional del territorio extranjero, el mundo infantil, el juvenil, el adulto y el de los ancianos, el mundo del hombre y el de la mujer, el paraíso y el infierno; el mundo espacial se desdobla como abanico más allá de la frontera hasta el más recóndito lugar del universo; o más acá hasta la psique de cada individuo; y el mundo temporal se enrolla como caracol que resguarda el territorio dentro o fuera de sus fronteras de manera sincrónica o diacrónica. Las categorías de pertenencia más importantes, según los sociólogos, serían la clase social, la etnicidad, las colectividades territorializadas, los grupos de edad y el género. Las identidades se heredan, se aprenden, se aprehenden y recrean; se construyen día a día; se modifican, se contradicen en una permanente confrontación entre el ego y su alter ego que a veces concilian y a veces se destrozan y donde quien resulta ganador siempre termina perdiendo si no pactan y se reconcilian; las identidades se negocian para ejercer, cuando menos, la hegemonía de uno sobre sí mismo: negociar entre la culpa por no ser lo que uno cree que debería ser y lo que uno realmente puede ser; negociar entre lo que otros te dicen que deberías ser y lo que tú realmente quieres ser; negociar entre lo que crees que otros esperan de ti y lo que tú esperas de ti; negociar entre ser y no ser… ese, sigue siendo el dilema. Efectivamente, las identidades se negocian: don Miguel, cuando era pequeño negó su ser mixteco para irse a la capital de su estado a estudiar y donde el ser indio le estorbaba... después negó su ser oaxaqueño para emigrar a la capital del país; luego negó su ser chilango para emigrar a Tijuana porque en el norte no era aceptado como tal; posteriormente se negó como mexicano para tratar de nacionalizarse gringo. Cuando tuvo su primer gran problema migratorio, acudió a una organización defensora de derechos humanos que no era para gringos. “Les juro que no soy gringo”, decía tajante don Miguel; “pero tampoco para latinos en general,” le dijeron… “Por Diosito que soy mexicano”… “Pero ésta es una organización específica para atender los problemas de las personas de origen mixteco”, le informaban… “Por la virgencita de Guadalupe, les juro que soy mixteco!”, exclamaba Miguel, mientras les hablaba a quienes lo atendían en su idioma materno, originario, ancestral, casi olvidado y que le redimía para resolver su problema concreto con la migra. Hoy, don Miguel es un líder mixteco-oaxaqueño-mexicano-naturalizado norteamericano, que lucha por los derechos de los mixtecos en Estados Unidos de América. Giménez demuestra que “la identidad tiene su fuente en la cultura y la memoria –componente fundamental de la cultura en cuanto representación socialmente compartida de un pasado– [la memoria] constituye, a su vez, el principal nutriente de la identidad” (Giménez, 2009, p. 8). No todos ejercen el derecho a su propia identidad, el derecho a elegir sus identidades… el derecho a ser… sin culpas. Y este derecho se negocia desde las esferas del poder, hasta todos los niveles de la vida social y personal. “En buena parte –dice Pizzorno– nuestra identidad es definida por otros, en particular por aquellos que se arrogan el poder de otorgar reconocimientos ‘legítimos’ desde una posición dominante.” “En los años treinta –continúa Pizzorno– lo importante era cómo las instituciones alemanas definían a los judíos, y no cómo éstos se definían a sí mismos” (en Giménez, 2009, p. 13). Uno no escoge donde nacer, ni cuando, ni con quien, ni cómo; simplemente uno nace y desde poco antes de hacerlo, uno empieza a ser lenguaje en un proceso de humanización que finaliza hasta la muerte: el lenguaje y el arte nos hacen humanos y nos diferencian del resto; por el lenguaje construimos el mundo y nuestras relaciones en el mundo; el lenguaje configura nuestro pensamiento y por él podemos decir “la palabra precisa la sonrisa perfecta” (Silvio Rodríguez). La mayor y más compleja creación del ser humano ha sido el lenguaje; el hombre es, ante todo, un pronunciador de la palabra; Paulo Freire afirmaba que “existir humanamente, es ‘pronunciar’ el mundo, es transformarlo” (Freire, 1970, p.100). Edgar Morin por su parte, al hablar de que todas las lenguas, a pesar de sus diferencias, obedecen a profundas reglas comunes, afirma que : […]el lenguaje es el disco giratorio esencial entre lo biológico, lo humano, lo cultural y lo social... es una parte de la totalidad humana, pero la totalidad humana se encuentra contenida en el lenguaje. Una lengua vive de forma asombrosa. Las palabras nacen, se desplazan, se ennoblecen, decaen, se pervierten, perecen, perduran. (Morin, 2003, p.41), al igual que los hombres, las mujeres y sus civilizaciones.

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