Rúbricas 2

103 ordena operativamente en este sentido, la ciudad rural de San Miguel no resultará algo más que lo que puede resultar: otra vuelta de tuerca en el proceso que ya se vive no sólo en San Miguel sino en las comunidades del interior de Zautla y de los municipios aledaños. Porque ¿puede sostener el proyecto de ciudad rural la vida campesina en sus inagotables modos y posibilidades como modo de vida bueno y posible? No. No puede hacerlo. La ciudad rural en San Miguel no alimentará la actualización de modos de vida propios, porque no sabe mirar lo campesino ni lo artesano en sus modos de vida locales como modos posibles y viables si se trabaja en su actualización, sino como problema de pobreza y de déficit de atención a resolver. La ciudad rural no abonará en posibilidades de defensa y actualización de las estrategias de sobrevivencia en la relación con la naturaleza, porque está más interesada en los modos de concentración y de urbanización necesarios para hacer más eficiente el acceso al desarrollo en forma de servicios; tampoco ha de promover el esfuerzo familiar y comunitario para lograr niveles crecientes de seguridad alimentaria, porque lo que propone es concentrar población para dar opciones de ingreso monetario en donde sí puede haberlo, que no es la agricultura familiar de autosubsistencia (una empresa de cerámica de alta temperatura, una honguera para vender a Wal-Mart, producción intensiva en invernaderos). Según se ha presentado públicamente la ciudad rural para San Miguel –como espacio de concentración de la población que permitirá dar a ésta servicios educativos, de salud, vivienda, etc, ofrecer opciones de empleo mediante la instalación de una (suponemos que más de una) empresa alfarera, impulsar la producción de hongos para el mercado nacional– atenta contra San Miguel como pueblo y patrimonio histórico alfarero campesino. A corto plazo, la concentración de la población, la introducción de empresas de cerámica y la producción agrícola intensiva generarán controversia por los escasos recursos naturales y significarán una presión en un ecosistema frágil: algunas de las mejores tierras agrícolas se disputarán para la construcción de viviendas, habrá disputa por los bancos de barro, por el agua y el bosque. La llegada de población sin opciones productivas claras y con el riesgo de que el Estado no pueda sostener el ritmo de inversión que se requiere, puede generar desequilibrios en las dinámicas de vida local y deteriorar los modos de convivialidad comunitarios y significará una presión sobre las formas de organización y comunicación comunitarias, indispensables para la supervivencia rural. Desde finales de la década de los ochenta el proceso de reconversión de los productores agrícolas hacia actividades no agropecuarias en la región de Zautla, específicamente en pueblos alfareros como San Miguel, se dio mediante programas del gobierno federal y estatal y la intervención de organizaciones de la sociedad civil que auspiciaron y apoyaron financieramente la actividad alfarera, generando una reducción de la actividad agrícola de subsistencia. A la larga se ha generado una situación de dependencia de la población hacia el mercado urbano, sobre todo para la alimentación y la adquisición de bienes, en las condiciones de un mercado alfarero frágil que se ve amenazado por la introducción indiscriminada de productos importados, particularmente de China. La pervivencia de las unidades familiares de producción alfarera y la reproducción de la vida comunitaria han sido posibles por la capacidad y el esfuerzo de los productores para poner en juego estrategias en su relación con los mercados de bienes utilitarios, extendiendo su presencia hacia muchos lugares del país; estrategias para recomponer niveles de seguridad alimentaria, como los tianguis en los que se da el intercambio directo con productores de básicos en la misma región en los mercados locales; estrategias de sobrevivencia como la ida hacia el otro lado, para que los suyos puedan “estar mejor”. En estas condiciones, la ciudad rural no abona en la vida campesina alfarera ni en las personas, ni a nivel familiar y comunitario. La propuesta no es intento de traer al presente lo propio, lo construido durante cientos de años, para proyectar al futuro modos de identidad como campesinos, como artesanos y como pueblos nahuas, porque el reconocimiento de identidad en la que se basa el proyecto está limitado al reconocimiento del otro en su condición de ser pobre, carente de…, rezagado en su incorporación al desarrollo. Por eso, como señala la secretaria de la sedeso, Myriam Arabian, “…se seguirá educando, capacitando y perfeccionando las habilidades de los habitantes”. ¿Cómo esta expresión de la política pública del nuevo gobierno del Estado considera a los campesinos y campesinas?: como “habitantes” pobres, antes que campesinos; son ellos, “habitantes” carentes de educación y de capacitación para insertarse en la modernidad, antes que sabidurías de vida que saben sobrevivir en las condiciones más difíciles. La ciudad rural no significará preservación de la naturaleza y promoción del uso sustentable de los recursos naturales; no va a defender la matriz civilizatoria de lo campesino en la relación con la naturaleza y en los modos de convivialidad basados en la reciprocidad; no generará más comunalidad, una comunalidad actualizada a partir de los usos y costumbres y de aquello que signifique más humanidad, porque va a transformar necesariamente las relaciones sociales con el proceso de urbanización; no podrá reivindicar para los jóvenes, los hijos y las hijas de los campesinos, posibilidades de dignidad como campesinos, apoyando y alimentando una relación con la naturaleza que permita producción de vida digna, mediante una exquisita combinación de lo propio histórico con la incorporación de elementos de “la última modernidad”, porque su apuesta es de modernidad y desarrollo: oportunidades de otro modo de vida para los jóvenes que no sea el modo de vida de “la pobreza campesina”, en donde lo campesino no sólo aparece como sinónimo de pobreza, sino en donde el concepto clasificatorio de “pobreza” termina por diluir lo campesino, cargándose en esa operación ordenadora de la realidad modos de vida, cultura e historia.

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