Rúbricas 2

104 Otoño - Invierno 2011 Insistimos: el proyecto de la ciudad rural no considera a sostener lo campesino/artesano como modo de vida viable, porque no considera a los campesinos como campesinos, ni a los alfareros como productores sino ante todo como pobres, como ciudadanos pobres, a quienes “…hay que ofrecer soluciones para viejos problemas como el rezago y la pobreza”, como señala el gobernador del estado. A los campesinos y campesinas hoy todo les juega en contra: el sistema económico (en donde no son necesarios como productores), la política pública (que no los estima como campesinos sino como pobres simplemente, o ciudadanos pobres en el mejor de los casos) y una parte significativa de la sociedad (¿no es que los alimentos vienen del supermercado y del campo las muchachas del servicio doméstico y los “chalanes” de albañil?). Los campesinos son tema del pasado, rémora de un país agrario que ya no existe. Para salir de la pobreza, que es la condición de vida en la que se les reconoce, hay que dotarlos de todos aquellos satisfactores a los que tienen derecho como ciudadanos y lograr el desarrollo (¿alguien puede negarse a esto?) Y para hacer lo anterior de manera eficiente hay que congregarlos, agruparlos y vencer las tendencias a la dispersión construyendo centros urbanos en donde se concentren los servicios que los hacen menos pobres: vivienda, energía, drenaje, Internet, tiendas, servicios modernos de salud, trabajo, diversión (¿una escuela de música?, ¿quizá cines y una tienda de renta de videos, juegos electrónicos más actualizados, una tienda para esto y, por supuesto, las agencias de telefonía celular necesarias?) La tentación de la investidura como portadora del desarrollo y del progreso: el ninguneo del otro El anuncio es el siguiente: es esto o es nada. Lo otro no cabe. Si fallamos aquí mal asunto, porque aquí se juega la posibilidad de muchas más ciudades rurales, han dicho los que presentan el proyecto en sus visitas a Zautla para “consultar” y promover la participación. Nuestro proyecto es ambicioso, parecen decir: ¡llenemos a Puebla campesina del progreso de la ciudad rural! Habrá ciudad rural en San Miguel Tenextatiloyan. No es pregunta, es afirmación, programa de un gobierno incluyente. A pesar de la disposición manifestada públicamente de consultar y promover la participación, la posibilidad de suspender realmente, por un momento, la palabra propia y la acción enjundiosa que quiere y que tiene prisa de llevar el progreso, para escuchar no sólo a los afectados directos, sino para escucharse y preguntarse si esto que se hace es un proyecto de bondad que parte del reconocimiento del otro como persona capaz de conversar, construir su propio futuro deseado y decidir, no parece estar presente. Porque nos dirán que no es un asunto ético, tampoco cultural, ni siquiera político; es simplemente un asunto de planificación del desarrollo, de uso de una razón técnica instrumental eficiente y eficaz que resuelve la pobreza. Progreso pues, si no ¿cómo avanzar? Progreso contra atraso. Razón contra costumbre. He allí el asunto en los modos de intervenir para transformar la realidad. Como sociedad hemos anulado la vida campesina en las imágenes de desarrollo y de progreso con las que habitamos la idea de nación. Aplicando una idea de Judith Butler para explicar la producción de las vidas campesinas como vidas no vividas, decimos que lo que sucede es que “si ciertas vidas no se califican como vidas o, desde el principio no son concebidas como vidas dentro de ciertos marcos epistemológicos, tales vidas nunca se considerarán vividas ni perdidas en el sentido pleno de ambas palabras”. A menos que hagamos una construcción de esas vidas de otro modo. Y hay un poco de esto. En el imaginario social actual del progreso y del desarrollo los campesinos y campesinas aparecen despojados de su diferencialidad, de lo ligado a sus contextos y a sus formas específicas de vida, su bios, diría G. Agamben, para ser construidos como zoe, como vidas en su generalidad, que se encuentran en condición precaria, para así decidir “proteger esa vida o asegurar las condiciones para su persistencia y prosperidad” (como afirmaría Butler respecto de las vidas que son construidas socialmente como vidas precarias). Es, sin duda, una lectura arbitraria de Butler y de Agamben, pero nos sirve de pretexto para mostrar imágenes que parecen potentes y explicar lo que constatamos y vivimos en nuestra relación con las y los campesinos e indígenas de la región y de otras regiones del país. Ninguneados y olvidados como campesinos, reconstruidos como pobres en el imaginario social predominante y en la política pública, los campesinos intentan sobrevivir como saben hacerlo, como lo han hecho siempre: desplegando estrategias de sobrevivencia física, social y cultural. No otra cosa sino la expresión de esta capacidad social de ninguneo, que es de olvido, es lo que vemos en el proyecto de ciudad rural de San Miguel, que tiene pretensiones de política pública para las zonas rurales campesinas en el estado de Puebla. No ponemos en duda las intenciones y la asunción de responsabilidad política que, en cuanto a abatir la pobreza hace el gobierno del Estado al configurar el proyecto de ciudad rural, como instalación ejemplar que dará lugar a la réplica en otras regiones de Puebla. No es nuestro afán, ni mucho menos. Pero no vamos a ignorar qué pasa y dejar de señalar desde una mirada que va más allá de las buenas intenciones lo que sostenemos: la ciudad rural es expresión de un proceso de descampesinización acelerada, que está inscrito en nuevos modos de subordinación del trabajo campesino al capital, en donde los campesinos han dejado de ser importantes y necesarios como productores agropecuarios (nada más hasta que sean necesarios otra vez). No se puede separar la aplicación del proyecto de ciudad rural del contexto en el que se produce, porque es un proceso que rebasa su aplicación específica en un territorio determinado: no basta con decir “aquí será diferente”

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