Rúbricas 2

98 Otoño - Invierno 2011 sincretismo religioso vinculado con la santería y la superstición (las imágenes de Santa Bárbara y San Antonio han estado vinculadas a un tipo de catolicismo más sincrético como a la santería y brujería) y por su historia como albergue de la antigua zona roja, como el espacio donde sus habitantes son protagonistas de graves manifestaciones de disolución social. Estas imágenes, formaron en los ciudadanos un estigma que perdura hasta hoy y que ha hecho difícil a los sanantoñenses integrarse a la vida diaria como ciudadanos comunes. Aunque el caso de San Antonio parece extremo respecto a la abigarrada complejidad socioespacial del centro, es cierto que algunos “atributos sociales” han contribuido a la imagen estereotipada y a determinadas formas de integración social de sus habitantes. De este modo se atribuyen a los comportamientos “desviados” de los individuos, explicaciones que transforman condiciones sociológicas en rasgos psicológicos, funcionales para la estigmatización y la represión y para oponer el orden formal a las prácticas informales como si de opuestos se tratara (Wacquant, 2001). Las conductas sociales que se manifiestan en las áreas de precariedad urbana resultan así, una exterioridad respecto a la ciudad representada por el pasado cristalizado del monumento, la modernidad reflejada en sus edificios modernos, en la legalidad representada por las oficinas públicas, lo que favorece evadir la responsabilidad pública de los procesos sociales vinculados a la marginalidad. Los integrados de la periferia La complejidad social del centro se refleja de otro modo en los espacios de la periferia, subsidiaria, en muchos sentidos, de las intervenciones o ausencias en el área central. Los asentamientos cada vez más periféricos, producidos a partir de una inicial irregularidad en la tenencia legal del suelo, albergaron a un vasto y heterogéneo conglomerado de trabajadores, tanto empleados de empresas legalmente constituidas como de diferentes expresiones de la economía informal. Estos sujetos fueron llegando a los sitios de colonización en el entorno urbano, tanto de los espacios centrales depauperados y saturados de viviendas en alquiler, como de flujos migratorios, que tenían como común denominador su exclusión de los sistemas de prestaciones sociales formalmente instituidos. La composición heterogénea y compleja, que rechaza el estereotipo de la marginalidad económica que suele atribuirse a los conjuntos urbanos informales, puede ser ilustrada a partir de las evidencias de un estudio realizado en quince asentamientos irregulares de la ciudad de Puebla. En dicha encuesta, se identificó que 76% de sus habitantes eran poblanos, de ellos, 51.2% originarios de la propia ciudad de Puebla y 24.8% de otras regiones del estado y el resto (24%) procedía de otras entidades. En la muestra predominó la población joven (57.4% era menor de 23 años de edad). Respecto a su adscripción al empleo, 9% eran albañiles; 14.1% vendedores ambulantes y comerciantes por cuenta propia; 9.6% empleados en transporte (taxistas, conductores de autobuses, combis y camiones materialistas); 8% obreros; 9.7% propietarios de talleres (hojalatería, herrería, marmolería, reparación de aparatos domésticos, curtiduría de pieles, carpintería); 9.7% eran profesionales; 5.6% empleados de gobierno (policías, bomberos, militares); 4.5% empleados del comercio formal; 5.3 empleados de empresas de servicios; 3.7% artesanos; 3.6% empleados de talleres; 3.7% empleados de servicios educativos; 2% empleados administrativos en la industria; 6.4% empleados en servicios médicos; 0.8% empleados en servicio doméstico; 1.2% empleados de hoteles y restaurantes; 4.1% jubilados; 4.7% eran operadores de limpia y grúas y agricultores; y sólo 1.2% fueron desocupados. El promedio del ingreso de los habitantes encuestados se situó en 1.4 salarios mínimos (Patiño, 2004: 142-143). En la periferia, como en muchos espacios del Centro histórico, se repite el mismo patrón de precariedad en las condiciones del hábitat. De acuerdo con Varinia López (2004), alrededor de 35% de los asentamientos humanos de la ciudad corresponden a urbanizaciones precarias en áreas de la periferia de la ciudad. La vivienda precaria se encuentra en su mayor parte en los asentamientos irregulares de la periferia norte, sur y oriente (pducp, 1999-2002). Se caracteriza por la irregularidad de la tenencia de la tierra, falta de servicios, encontrándose por debajo de los estándares mínimos de bienestar, está construida con materiales de baja calidad como lámina de cartón, pedacería de madera, coexistiendo con adobe, block o tabicón. La mayoría de las veces los moradores fueron ocupando los lotes sin que existiera previamente un alineamiento, ni delimitación de los predios. Es evidente, después de las consideraciones sobre la vivienda en el Centro histórico, que esta caracterización fenomenológica de la habitación periférica no permite su comprensión cabal, sobre todo considerando las mediaciones estructurales que trascienden la asignación meramente espacial y material. Por esto, más allá de la descripción de esa materialidad, la autoconstrucción de viviendas y de equipamientos básicos y la dotación de servicios en estos espacios de precariedad, no son sólo advertencia y denuncia de la carencia, sino consigna y programa de acción de quienes se incluyen urbana y socialmente por la fuerza de los hechos en una ciudad que pretende excluirlos y negarlos. En la realidad, la precariedad y la segregación socioespacial son producto, es cierto, por una parte, de un modelo que se sostiene crecientemente en diversas expresiones de informalización económica,12 por otra, del abandono del 12 Expresión con la que abarcamos no sólo lo que estrictamente se denomina economía informal,

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