Rúbricas 7

18 Primavera - Verano 2014 por la fuerza. En la Primavera árabe se trataba más bien de crear conciencia, de proclamar principios, de afirmar derechos humanos que deben ser respetados por todos los tipos de poder político. El caso clásico de la Revolución Francesa muestra de manera muy clara –y contra la ideología de los republicanos de la Tercera República–, la oposición entre la Asamblea Constituyente de 1789 que proclamó la soberanía popular, los derechos humanos y suprimió los privilegios de la nobleza y del clero, y el periodo del Terror que empezó con la guerra de los países europeos contra Francia, la movilización popular y las guerras civiles contra los enemigos de la Revolución acusados de traicionar la nueva República. Muchas víctimas del Terror habían sido partidarios y defensores activos de los principios democráticos proclamados en 1789. La consecuencia principal de esta observación es que el nuevo desarrollo de la democracia depende, de manera más concreta y eficiente, de la capacidad de lucha de las fuerzas éticas contra las dictaduras de los ex libertadores, que del descontento de los jóvenes europeos o norteamericanos que sufren de desempleo y, aun más, de subempleo. IV. El papel de las democracias occidentales Pensar que los actores occidentales ya no juegan un papel importante en el proceso de democratización sería un error grave. En primer lugar, porque algunas naciones occidentales han acumulado una larga experiencia política e intelectual de los problemas de la democratización y también de la desdemocratización. La libertad de la cual gozan muchos intelectuales occidentales desde hace varios siglos les ha permitido desarrollar ideas y controversias que enriquecen el pensamiento político y que son muy útiles para los demócratas del mundo entero. Los defensores de la democracia, violentamente atacados y reprimidos en su acción y pensamiento en varios países, pueden apoyarse en la solidaridad de los intelectuales que gozan de un alto nivel de libertad. En realidad, el papel de esos intelectuales occidentales es aún más importante que el hecho de haber sido los primeros en construir la democracia. Es indispensable reconocer que es a través del pensamiento europeo, desde los griegos hasta los autores más recientes, pasando por el Cristianismo, los escritores y filósofos de la Ilustración –Voltaire, Rousseau, Kant, Goethe–, que se ha desarrollado un pensamiento humanístico de tipo ético que ha orientado profundamente las democracias inglesa y francesa en formación. Mientras sigo criticando con fuerza la ilusión europea de identificar su propio modelo de modernización con la Modernidad misma, quiero dejar claro el papel excepcional del pensamiento y de la política occidental –tomando esta región en un sentido amplio– en la introducción del universalismo dentro de la vida política y social a través del culto de la razón y del respeto de los derechos y de la dignidad humana. Por esto mantengo mi oposición firme al relativismo cultural radical que elimina cualquier tipo de universalismo del pensamiento moral y político. No se trata, repito, de extender la experiencia occidental de pensamiento y de acción democráticos al mundo entero, se trata de manera profundamente diferente e incluso opuesta, de combinar elementos del universalismo, los cuales no todos pertenecen a Occidente, pero fueron desarrollados, en gran parte, por el pensamiento y la acción política occidentales, con historias y especificidades culturales que son múltiples, tanto fuera como dentro de Europa. En realidad, no nos encontramos aquí con grandes dificultades, por la razón que los caminos de modernización, dentro de Europa, han sido muy diferentes uno del otro. Inglaterra ha privilegiado a empresarios y banqueros, considerándolos agentes centrales del desarrollo industrial, mientras que Francia ha dado el papel más importante al Estado, desde el colbertismo, en el siglo xvii, hasta su sistema reciente de planificación y a veces de nacionalización de grandes empresas públicas. Las diferencias han sido notorias también entre un país católico como Francia y un país protestante como Gran Bretaña y también sería un error pensar que la modernización temprana de Europa estuvo vinculada a la existencia de un sistema de Estados nacionales. La integración política de China es opuesta al pluralismo político de India, pero de la misma manera España, quien fuera un imperio multiétnico y multilingüístico, fue y es muy diferente de Francia, Estado nacional integrado, y quién puede olvidar que Italia y Alemania se construyeron como Estados nacionales solamente en la segunda mitad del siglo xix. Otro ejemplo del carácter minoritario de los Estados nacionales es el de Estados Unidos, que no alcanzó su unidad social antes de la guerra civil y de la derrota del sur. En todos los terrenos, la identificación de Occidente con la Modernidad fue rechazada desde hace muchos decenios, e historiadores ponen en tela de juicio la tesis sobre la supremacía económica de Europa sobre parte de China en el siglo xviii. En el periodo más reciente es imposible no incorporar a Japón, Corea del Sur, Singapur y gran parte de China entre las regiones más avanzadas en el desarrollo de la economía numérica. De la misma manera, varios países latinoamericanos son miembros de la ocde y muchas obras culturales creadas en el continente forman parte del patrimonio mundial, mientras los intercambios económicos entre dichos países y el mundo asiático han progresado de manera rápida. La antigua oposición entre los tres mundos: el mundo occidental capitalista, el mundo comunista y el tercer mundo, no solamente ya no corresponde a la realidad del mundo contemporáneo, sino que la fórmula ha quedado obsoleta.

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