Rúbricas 7

23 sacrificando seres humanos todas las noches, quienes fueron necesariamente sacrificados para calmar el llanto del caos, también sacrificado debido a la necesidad de crear el mundo. Los dioses –varones–, el orden y los sacerdotes se vieron obligados a sacrificar a la diosa y a los humanos, primero por acabar con el caos y crear el mundo, segundo, por razones compasivas y humanitarias o, mejor dicho, “divinitarias”, es decir, por el dolor de la diosa. El crimen original exigió otros crímenes y justificaciones sucesivas. Pero éstos no se ven como crímenes y justificaciones de violencia por el humo de la retórica. Hasta el mismo Roldán Peniche, quien extrajo el mito de las crónicas, emite juicios de valor: Tlatecutli es la diosa abominable, Quetzalcóatl y Tezcatlipoca son los impacientes dioses, y los sacerdotes sacacorazones son seres compasivos. Si se lee el relato de forma fundamentalista no se observa la crítica del relato a la misma sociedad imperialista gobernada por los aztecas. Porque el relato en tanto etiológico se muestra como un espejo de su realidad contemporánea. Como se puede percibir, hay un círculo de violencia espantoso e imparable. La necesidad del orden lleva a aniquilar lo diferente, lo que no encaja en los propios paradigmas, lo considerado caos. Éste trae consecuencias negativas, porque el rastro del crimen que grita exige más sacrificios. Quienes tienen el poder, en este caso autoridades religiosas, los sacerdotes, deciden hacer el bien matando humanos para calmar el dolor de la divinidad. Pero una lectura desde las víctimas y a favor de las víctimas desenmascara la realidad de violencia en la lucha por el poder y la retórica de que todo es para el bienestar de la totalidad, para liberación o salvación. Definitivamente, los perdedores en el mito son la diosa y los humanos: las víctimas. El mito justifica los sacrificios de la diosa y los humanos afirmando que son para el bienestar y prosperidad. El sacrificio de la diosa sería para la prosperidad de los humanos, para que éstos disfruten de la naturaleza; y el sacrificio de los humanos sería por solidaridad con la diosa, es decir, para calmar su llanto, por eso los humanos tienen que aceptar los sacrificios. Muy probablemente este mito ha sido catalogado como “bárbaro”, pero no lo es, o si lo es, no sólo está a la altura de los mitos de todas las culturas, sino que simplemente está mostrando cómo son las civilizaciones por más que se ufanen de ser cultas. Yo catalogaría este mito náhuatl como un mito fundante de todas las civilizaciones, incluyendo la occidental. Los acontecimientos actuales, internacionales y nacionales de la guerra, no señalan más que esa actitud humana bárbara. Las justificaciones en el ejercicio de la violencia afirman siempre que son para bien, para salvar a los inocentes, pero producen más muertes en el camino. Porque detrás del interés de imponer la ley y el orden castigando el caos, está la lucha por el poder y ésta para defender los intereses económicos. Llama mucho la atención cómo en las películas y en los juegos electrónicos los buenos son siempre quienes matan más malos que los malos a buenos. El mito mexicano recuerda el mito bíblico de Caín y sus descendientes, especialmente Lámec. Caín mató a su hermano Abel y tuvo que salir del campo para construir una ciudad (léase civilización). Caín estaba construyendo la ciudad cuando engendró a su hijo Henoc, nombre que llevó la primera ciudad del mundo de acuerdo a la Biblia hebreacristiana. Esto no tiene nada de malo si no se asocia a Caín, el asesino de su hermano Abel, con ciudad o civilización. Para la Biblia el asesinato de Caín es el primer crimen de la humanidad, y la primera ciudad con su civilización fue fundada por un criminal. (El mito náhuatl habla de la fundación del mundo mientras que el mito de Caín de la fundación de la civilización). Caín es del campo y por su asesinato fue echado de ese espacio. No le queda más alternativa que construir una ciudad para no andar errante y ser atacado por cualquiera. Caín es perdonado de su crimen. Esa hubiera sido la salida perfecta para evitar más crímenes. Sin embargo, el relato quiere mostrar algo más, reflejando la violencia imparable de las civilizaciones. Frente al temor de Caín de ser herido, se le promete que será vengado siete veces si alguien le hiere o mata. El mito llega al clímax con el canto de Lámec, uno de los descendientes de Caín, cuyos hijos de sus dos mujeres, Silá y Adá, llegan a ser los inventores de la cultura (cítara y flauta) y de la industria (forjadores de cobre y hierro). Lámec canta a sus mujeres el siguiente verso: “Adá y Silá, oíd mi voz; mujeres de Lámec, escuchad mi palabra: Yo maté a un hombre por un herida que me hizo y a un muchacho por golpearme, Caín será vengado siete veces, mas Lámec lo será setenta veces siete” (Gn. 4.23-24). El mito refleja, al parecer, que entre más avance y progreso haya en la civilización, más violencia vengativa aparece. Lámec mata por una herida o un golpe, no importa si a quien mata es viejo o joven. Lámec no se ajusta ni a la ley del Talión ni a la prohibición de matar, pero sí se ajusta a la lógica del querer hacer justicia infinita. Lámec se apropia de la señal de venganza de su antepasado Caín, primer asesino de la humanidad de acuerdo con el mito bíblico, y la trasciende al infinito. Lámec se jacta de ser vengado infinitamente, aún más que su antepasado Caín. A través del mito se puede observar que Lámec aquí es símbolo de poderío. No es fortuito que el verso se lo cante a sus mujeres Silá y Adá y les repita dos veces que si alguien le hiere o pega, la pagará infinitamente. Si bien es cierto que el mito habla del poder como instrumento que da derecho a matar cuando alguien lo combate, al cantarlo a dos mujeres, mencionando dos veces: “Escuchen, oigan, mujeres de Lámec”, busca infundir el miedo a cualquier rebelión. Las mujeres aquí representan al pueblo o pueblos dominados; que son símbolo de caos. Una amenaza así busca prevenir cualquier sublevación contra el jefe y dueño del clan (mujeres de Lámec).

RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3