Rúbricas 7

22 Primavera - Verano 2014 La violencia que hoy experimentamos, a nivel internacional y nacional, hace que la realidad de lo humano salga a flote. Las civilizaciones se perciben como violentas. Se trata de “lo humano irredento”, algo que algunos mitos a los cuales voy a aludir nos hacen ver como propio en la fundación de las civilizaciones. No estoy aludiendo a la antropología pesimista de ciertas corrientes teológicas de la historia del pensamiento cristiano, como San Agustín y Lutero, sino a los sabios que observaron el desarrollo de la violencia en su civilización y no encontraron más explicación que achacar la existencia del crimen a la civilización misma desde sus orígenes. Los dos mitos que tengo en mente son mitos etiológicos, es decir, son relatos por medio de los cuales se pretende explicar la existencia de una costumbre, una institución, un rito, un altar, un fenómeno, etcétera. Empiezo por el mito mexicano. Tomo el mito narrado por el escritor yucateco Roldán Peniche, quien a su vez lo obtiene de las fuentes de cronistas del siglo xvi y lo llama “La abominable diosa Tlatecutli”. El recolector describe negativamente a la diosa. Se trata de un monstruo sagrado que tenía muchos ojos, los cuales, repugnantes, provenían de todo su inmenso cuerpo. Poseía además infinitas bocas que mordían con renovada furia. Había también dos dioses descritos como impacientes: Tezcatlipoca y Quetzalcóatl. Ellos la raptaron del Cielo y le permitieron caminar sobre las aguas. De lejos la observaron. Estos dioses masculinos, entonces, entendieron que de ese ente sagrado, que era el caos venerado, se fundaría la Tierra. Para esto los dioses se transformaron en serpientes gigantes y con violencia cayeron sobre ella y la partieron en dos. Así se fundó la Tierra con una parte del cuerpo de la diosa, y el Cielo con la otra parte. El ultraje tan desgarrador y violento que se le hizo a la diosa Tlatecutli causó horror a los dioses viejos y decidieron, para compensar el dolor de la diosa, que de su cabeza germinara todo lo bueno para que los seres humanos pudieran habitar en la Tierra. Así: “hicieron de sus cabellos, árboles y flores y yerbas; de su piel yerba muy menuda y florecillas; de los ojos, pozos profundos y fuentes y pequeñas cuevas; de la boca, ríos y cavernas grandes; de la nariz, valles y montañas”. Pero aquí no termina el relato. Según el mito, la diosa solía llorar desesperadamente por las noches y, entonces, para silenciar su terrible llanto, los sacerdotes, “muy compasivos”, le daban de comer corazones humanos.1 El mito aquí expuesto es complejo, da razón de varias cosas: la creación del Cosmos, la imposición del orden, la dominación del hombre sobre la mujer, las relaciones humano-naturaleza, el sufrimiento de la Tierra y la existencia de sacrificios humanos. Una descodificación del mito podría ser la siguiente: La diosa Tlatecutli es el caos; algo que los dioses masculinos 1 Roldán Peniche B., Mitología mexicana, México: Panorama Editorial, 1995, pp. 1-2. temen. Ella tiene infinidad de ojos con los cuales puede dominar todo acontecimiento, nada le resulta desapercibido, lo que un ojo no alcanza a ver por algún rincón, los otros lo abarcan. Asimismo, posee innumerables bocas, con ellas puede hablar sin cansarse, y atacar por donde nadie espera. Si se tapa una boca, habla la otra, y si se le tapan dos hablan otras y así, indefinidamente. Según el mito, el caos es de género femenino, esto es, tal vez, porque lo femenino, en la mayoría de las culturas patriarcales, ha sido visto como misterio, incapaz de ser comprendido de acuerdo con los parámetros del razonamiento común dominante masculino. Para una sociedad ordenada, el caos no tiene cabida. Es inmanejable. Por lo tanto tiene que ser reprimido eternamente. La creación del Cosmos se basa en la represión del caos. Este es el hecho fundante del Universo y de la civilización humana. La represión violenta marca el inicio del mundo. El orden, la ley, estarán a cargo de llevar adelante la creación cósmica y la civilización. El orden también tiene género, es masculino, y para acabar con el caos de una vez y para siempre necesita de un poder superior en éste, por eso serán dos dioses varones, los encargados de hacer pedazos a Tlatecutli. Tezcatlipoca y Quetzalcóatl son dos dioses que en otros mitos rivalizan, pero en éste se unen contra el caos para imponer el orden. Raptan a la diosa del Cielo con violencia y la bajan a caminar sobre las aguas. La observan de lejos y planifican la creación. Ésta, o sea el nuevo orden de las cosas, dará fin al caos. Los dioses tienen que luchar contra ella, el “caos venerado”, y sacrificarla para lograr el objetivo, pues para ellos orden y caos no pueden existir en el mismo espacio. Los dioses necesitan mutarse en inmensos monstruos, como ella, y lo hacen transformándose en dos serpientes gigantes. Entonces, con las partes descuartizadas del cuerpo de la diosa surge el Cielo, por un lado, y la Tierra por otro. Pero, a pesar de su separación, ambas partes de la creación quedan unidas como testigos de un crimen visto como necesario para dar inicio al Universo. El dolor de la diosa será infinito, pues no desaparecerá jamás. El crimen fundador de la creación no es algo encubierto, la conciencia lo traerá a la luz eternamente. Los dioses viejos, acostumbrados tal vez a la existencia de Tlatecutli, no lo podrán olvidar. Horrorizados por el ultraje, dice el mito, deciden justificar el dolor de la diosa. Quieren hacer ver que su sacrificio vale la pena, es para algo bueno, pues de su cabeza saldrán las bondades imprescindibles para que la Tierra sea habitada y civilizada por los humanos. Éstos la venerarán por su pródiga bondad. Sin embargo, la justificación del crimen no fue suficiente para la diosa, pues no calmó su dolor. Se necesitarán más sacrificios. Por las noches, en medio del silencio, su llanto dramático pedía justicia. Los sacerdotes, los ministros de los dioses se compadecieron de ella. Para silenciar su llanto, generado por el crimen, mostraron su compasión

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