Rúbricas 7

27 La distinción indiscutible del ser cristiano es la misericordia; sólo de esa manera se imita mejor a Dios. De acuerdo a Sobrino, en Jesús y en Dios se da esa dimensión más como principio que como virtud. La misericordia, señala, “está en el origen de lo divino y de lo humano. Según ese principio se rige Dios y deben regirse los humanos, y a ese principio se supedita todo lo demás”.2 De manera que, un mundo sin misericordia nos deja a merced de la venganza infinita y, por lo tanto, a la autodestrucción. Pero hay otro aspecto fundamental y sorprendente en el concepto de la “justicia de Dios”. Si bien es cierto que ésta tiene como punto de partida la solidaridad con las víctimas, ellas no son las únicas beneficiadas de esa justicia. Al afirmar que Dios actúa por misericordia, dicha misericordia alcanza a todos los humanos, víctimas, cómplices y victimarios. Pues aunque en varios textos bíblicos se lee el castigo a los malos con la frase “mía es la venganza, dice el Señor”, en la práctica acontece la misericordia para todos y todas. Si la Biblia reitera la venganza como parte de Dios y no de los humanos, es para romper el ciclo de la venganza infinita que se experimenta en las civilizaciones particulares y en la civilización globalizada. La justicia de Dios es extraña pues no condena al homicida. Esto cuesta comprenderlo en el terreno de lo concreto cuando se camina entre cadáveres de víctimas inocentes. Sin embargo, si se penetra en la lógica de las civilizaciones proyectada por los mitos analizados arriba, no hay mejor salida que interferir y romper de una vez por todas el círculo sacrificial o de venganza infinita por medio del perdón infinito: “setenta veces siete”. Los seres humanos concretos son víctimas del sistema cuya lógica exige la guerra o la venganza para hacer la justicia o para traer “paz y salvación”. La justicia de Dios no justifica los crímenes, pero propone otra lógica: que a través del perdón la humanidad se transforme y reconcilie entre sí. Y todo eso lo hace por amor a las víctimas, para que no haya más crímenes. El perdón de la justicia de Dios es gratuito, aunque no barato, hay un proyecto humano detrás, pues, insisto, la motivación primera del perdón no es pasar por alto los crímenes, sino acabar con el sistema del poder que mata, y crear una nueva humanidad, misericordiosa, justa y solidaria. 2 Cp. Jon Sobrino, El principio misericordia, San Salvador: uca, 1992, p. 38. “LA JUSTICIA DE DIOS ES EXTRAÑA PUES NO CONDENA AL HOMICIDA. ESTO CUESTA COMPRENDERLO EN EL TERRENO DE LO CONCRETO CUANDO SE CAMINA ENTRE CADÁVERES DE VÍCTIMAS INOCENTES.”

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