Rúbricas 7

26 Primavera - Verano 2014 Jesús, por ejemplo, actuando contra la violencia de su antepasado, el rey David, cambia sus crímenes de guerra por curaciones. El rey David, al enviar a su ejército para conquistar Jerusalén lo primero que dice a sus soldados es que maten a los ciegos y los cojos (2S 5.8), que son los que seguramente estaban en el estanque por donde entrarían ellos a combatir a los jebuseos, que eran los habitantes originarios de Jerusalén. Este es un relato que sirve de apoyo a predicadores fundamentalistas de posturas guerreristas; las traducciones tratan de suavizar y otras de justificar frente a la maldad o fanfarronería de los jebuseos (2S 5.6), pero el discurso de David está allí, no se puede ocultar. En el evangelio de Mateo se observa que Jesús poco antes de ser arrestado, torturado y crucificado por los romanos, entra a Jerusalén, montado en un burrito, la gente le canta ¡Hosanna al Hijo de David! Al entrar al templo Jesús sana a unos ciegos y cojos que estaban allí. Esos hechos inocentes pasan desapercibidos, como anécdotas, si no recordamos que David los había mandado matar. ¿Acaso no sabía Mateo la historia de la conquista de Jerusalén por parte de David? Claro que sí, pero quiere mostrar a su pueblo un poder diferente, con su entrada a Jerusalén en un burrito hace una parodia tanto de David que entra para conquistar, como de las entradas triunfales a Roma de los comandantes romanos. Con la entrada a la ciudad muestra un poder desde abajo y con sus acciones curativas, una nueva manera de vivir sin matar. Y no es que Jesús no se indigne contra la corrupción porque al entrar al templo antes de sanar a los ciegos y cojos, vuelca las mesas de los cambistas de monedas y de los comerciantes de animales. Para las civilizaciones particulares y la civilización globalizada la propuesta del perdón infinito es muy difícil de acoger. Por un lado implica tocar el corazón mismo de su funcionamiento en tanto culturas atadas a una tradición de ejercicio de poder legitimado por la violencia, la cual a su vez se legitima con el pretexto de hacer justicia como pago de alguien que cometió injusticia. Por otro lado tenemos el problema de que los crímenes no pueden quedar impunes, de lo contrario, la injusticia y opresión de los pueblos se seguirían generando. Por esa razón se necesita un criterio que oriente las acciones. Para mí éste sería “la verdad de los hechos”, y con ello me refiero a las víctimas de las guerras. No son los discursos abstractos del perdón y las ideologías lo que debería guiar a repensar los acontecimientos para asumir otras actitudes y nuevos discursos y compromisos, sino los hechos. Jon Sobrino habla de “ser honestos con la realidad” y a partir de allí pensar teológicamente. Entonces, a partir de las víctimas, habría que pensar el concepto de justicia de Dios versus justicia infinita. Para mí la “justicia de Dios” es un concepto teológico útil para acabar con las injusticias provocadas por la “justicia infinita” del poder que produce víctimas. Esa justicia de Dios es aquella que se da dentro del ámbito de la gracia y, por lo tanto, conlleva el perdón. No es que el perdón sea la preocupación primera, sino que como lo que importa a Dios, según Pablo, es una nueva manera de convivir, no se toma en cuenta los pecados. Siguiendo la teología paulina, la justicia de Dios es acogida por gracia, independientemente del merecimiento o no; independientemente de la ley que castiga al culpable. Estamos conscientes que, afirmarlo así, a secas, puede sonar barato. Sobre todo para nosotros los latinoamericanos, testigos frecuentes de la impunidad. Por eso hay que hacer quiebres o precisar niveles, pero eso será en otra ocasión. Por ahora baste decir, a propósito de las víctimas, que la justicia de Dios es diferente a la justicia romana que crucificó al inocente Jesús de Nazaret. Se muestra diferente al emitir el juicio de la resurrección del crucificado y no en la matanza de los romanos, los crucificadores. Al dictaminar la resurrección del crucificado se pone del lado de las víctimas, porque este tipo de justicia es absolutamente desinteresada, se realiza por puro amor a sus creaturas, es fruto de su misericordia. Por eso se afirma que esa justicia no exige ningún mérito previo para que Dios muestre su amor revelando su justicia. Dios es gracia porque se mueve por misericordia. LA JUSTICIA DE DIOS ES ACOGIDA POR GRACIA, INDEPENDIENTEMENTE DEL MERECIMIENTO O NO. Fotografía: Europe ApS

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