Rúbricas 7

32 Primavera - Verano 2014 el mundo y rehacer una verdadera vida política, una vida donde los seres humanos, sin menoscabo de nadie, puedan tener su parte de trabajo, de alegría, de cuidado de sí, de los otros y de la tierra, una vida que por el hecho de ser, sea cuidada y respetada por sí misma y por todos. Sé, sin embargo, que en esta vida de la polis que nació del mundo romano, que Foucault comparó con la cárcel, Agamben, con el campo de concentración y yo, en el México en el que nací y me ha tocado padecer, con un rastro, los movimientos de resistencia que ponen en el centro de todo la dignidad de la vida, de la zoe –para seguir usando la distinción de Agamben o de la palabra que el Evangelio usa para hablar de vida hacen presente al Hombre. Varlam Chalamov, un ser humano que fue sometido a la lógica del Gulag y que nos dejó esa obra horriblemente magnífica que lleva el título de Relatos del Kolimá –el campo donde fue internado–, dice que el Hombre en esas condiciones extremas es “una bestia [una zoe] resistente, diferente a los caballos, no por su cuerpo frágil, sino por su obstinación de persistir en lo que es, precisamente otra cosa que una víctima, un-ser-para-la muerte”, alguien que está de pie, que afirma su fidelidad a sí mismo, a su vida y a la vida de los otros. Quizá la imagen más hermosa de esa dignidad y de esa resistencia sea el almendro. A veces, cuando en mi soledad, frente al asesinato de mi hijo Juan Francisco y de sus amigos, frente a las centenas de historias de horror que he recibido en el camino y guardo en mi corazón, frente a esos seres convertidos en zoe sobre los que la imbecilidad de los poderes se ensañó con la espantosa lógica de la excepción y destruyó sus vidas llenas de sueños, de esperanzas, de alegrías, estoy a punto de claudicar, pienso en el almendro. Fotografía: Caravan 4 Peace

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