Rúbricas 7

35 Diferentes dinámicas caracterizan la era posglobal, en particular aquella en donde el mercado mundial es el actor principal a la hora de usurpar las funciones del Estado-Nación, asistiendo nosotros, como consecuencia lógica, al desmoronamiento de las formas tradicionales de democracia representativa soberana y a la reconfiguración del orden político y gubernamental por la que el gobierno y sus instituciones se convierten en un puñado de oficinas administrativas de una empresa más al servicio del capital financiero, agrandando la brecha, de por sí existente, entre los potentados que fungen como representantes populares y los gobernados. Hoy es poco probable encontrar un país fuera de la dinámica global imperante con el gobierno del capital financiero a la cabeza de la política oficial e institucional. México, que apostó recientemente por el retorno del presidencialismo monárquico, vive desde hace unos años (desde que se permitió un gobierno sumiso al capital y a la vez una tiranía antidemocrática) un proceso alarmante de desocialización y una total desarticulación de las antaño poderosas estructuras sociales y culturales, sumiéndonos, sin distinción, en un estado de barbarie y miedo que hace burla de almas crédulas y timoratas que aún se aferran a espectros llamados leyes y a su dudosamente “ciega” justicia. El resultado de la fusión entre la dictadura sin rostro que es el pri y el mercado global, auspiciado por los gobiernos emanados del partido que logró institucionalizar la Revolución, es un acercamiento cada día más peligroso al totalitarismo en su expresión más pura, por el cual el gobierno/mercado tiene el control incluso de la mente de sus gobernados, gracias a los consorcios televisivos que monopolizan la verdad y envenenan hasta el embrutecimiento a su población cautiva. México está repitiendo su historia, como señaló Bertolt Brecht que harían los pueblos ignorantes de su pasado; el partido hegemónico logró el milagro de la resurrección y la situación actual se asemeja a la que se vivió hace cuarenta o cincuenta años. Aquello que la Ciudad de México pudo ganar en subsecuentes periodos de gobiernos de izquierda se perdió en un año, desde la llegada de Enrique Peña Nieto al poder. Hoy, de nuevo se ven tanquetas resguardando el Palacio Nacional; el Poder Legislativo es mero trámite a la hora de votar las reformas estructurales que han ido entregando, poco a poco, el patrimonio y la soberanía; el Poder Judicial ignora los derechos humanos para permitir al Ejecutivo y su policía cualquier tipo de abuso de poder; los medios sirven al gobierno, ya no se habla de las miles de ejecuciones diarias, herencia sangrienta de la administración anterior; hoy ya no es posible marchar sin que un policía destruya la cámara de un reportero independiente, y las cuotas de detención están a la orden del día. Pero hay otras dinámicas que también se repiten. Si se repiten los horrores del partido hegemónico, también se está repitiendo y renovando el grito que protesta, que señala un alto a las vejaciones. Se repite la historia para quienes lloran, pero también para quienes dicen “¡Basta!”. El 11 de mayo de 2012, en la Universidad Iberoamericana, la historia política que estaba predeterminada y que tenía un rumbo claro, despejado, cambió. Hubo un claro enfrentamiento entre la inevitable catástrofe que era la impunidad y el cinismo de la ilegalidad y la burla presentes en Peña Nieto y su discurso sobre Atenco, y el claro rechazo de los estudiantes a ser objeto de ese cinismo, a ser cómplices en el aplauso y en el silencio. Y precisamente, en ese rechazo se dio una identidad, pasando de las calles a las redes y de las redes a la calle, evolucionando también el discurso hasta transformarse en un acto verdaderamente político, y hasta transformar esa explosión colectiva en un movimiento democrático. Aquello que transformó el discurso emotivo y la movilización masiva fue precisamente el empoderamiento de #YoSoy132, esto es, además de manifestar sus exigencias particulares, más allá de las peticiones inmediatas a las instituciones, este movimiento se postuló como el representante y portavoz de la sociedad en su conjunto, de todos aquellos que estaban fuera de la estructura y que habían sido sometidos por ésta. Este acto de empoderamiento, un acto verdaderamente político, desestabilizó el orden opresivo que existía en las relaciones de los gobernados con los magnates de los partidos, aquellos pertenecientes a la estructura política institucional. Que la amnesia nunca nos bese en la boca. Que nunca nos bese. Roberto Bolaño

RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3