Rúbricas 7

57 poder y resistencia José Sánchez Carbó Doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca. Coordina la licenciatura en Literatura y Filosofía y la maestría en Letras Iberoamericanas en la Universidad Iberoamericana Puebla. Pablo Piceno Fue misionero itinerante y seminarista del Camino Neocatecumenal en México y Perú. Ha publicado en la revista Opción, del ITAM, el Portal Digital Mundo Nuestro, el Círculo de Poesía, y las revistas Contratiempo y Mosaico, de la UIAP. Actualmente estudia Literatura y Filosofía en nuestra universidad. En un pasaje de La República, de Platón, se discute sobre la necesidad de formar guardianes, guerreros o defensores capaces de salvaguardar la integridad del Estado ideal y de prevenir las injusticias. Dentro del proyecto de Estado delineado en esta obra, dicho adiestramiento contempla la formación del cuerpo y del alma, de los rasgos físicos e intelectuales. En lo relativo al intelecto, se conviene iniciar dicha instrucción desde la infancia, puesto que resulta más sencillo modelar el pensamiento en esta etapa. Una de las primeras acciones consistiría, en este sentido, en cuidar que los infantes no escuchen cualquier tipo de narración, especialmente las que contienen ideas opuestas a las que quieren inculcar y los relatos ficticios que distorsionan la verdad a través de mentiras. Así, en La República censuran los escritos de Hesíodo, Homero y otros poetas porque distorsionan la verdad y no representan a los dioses, los héroes y a la naturaleza, tal cual son. Este episodio concentra buena parte de las distintas expresiones o represiones observables al analizar el poder de la literatura, así como las complejas relaciones de la literatura con el poder. En principio, la literatura (a través de mitos, fábulas o relatos, escritos u orales, en prosa o verso) posee el poder de entretener, despertar los sentidos, provocar placer o inspirar esperanza. Pero también, como lo refleja este pasaje de La República, la literatura es capaz de “modelar” el pensamiento de los lectores o el auditorio. Entonces no sorprende que tales historias, ficticias o verdaderas, puedan resultar peligrosas (378a) para Platón. Este poder legítimo de la literatura ha sido representado innumerables veces en varias obras; además, recordemos que durante muchos siglos la literatura ha privilegiado su función educativa, como lo demuestran algunos géneros didácticos como los exempla medievales, las fábulas o el ensayo moderno. Otro aspecto que adelanta el método formativo de estos defensores de la república es el relativo a concebir a la literatura como un medio sobre el cual puede ejercerse un poder y que a la vez puede ser utilizada para legitimar un sistema de pensamiento. Así, en la parte citada de La República, un grupo de filósofos, una élite amante del conocimiento, vigilante del bien común, se adjudica la facultad de “vigilar”, “rechazar”, “convencer”, “guardar”, es decir, de seleccionar, censurar, restringir o promover la producción de cierto tipo de literatura y, en un sentido más amplio, prescribir y normar qué se dice, cómo decirlo y cuándo decirlo. Este diálogo asimismo describe la coyuntura identificada por Foucault (1992) como “la gran separación platónica” (17), esto es, el momento en que se separó y distinguió el discurso verdadero del discurso falso, argumento recurrente en la mayoría de las sentencias de censura de libros en distintas épocas. Tal separación es patente cuando comentan que muchos de los relatos que son contados a los niños no representan fielmente, con verdad, a los héroes y a los dioses. Este tipo de facultades se han atribuido legítima o ilegítimamente, a lo largo de los siglos, distintos grupos, llámense comunidades textuales, letrados, grupos doctrinarios, gobiernos o dictaduras; en fin, miembros de culturas dominantes que defienden o son guardianes de determinados modelos de mundo o sistemas de pensamiento. No obstante, en el fragmento citado, los ideólogos de la república de Platón parecen no contemplar que, ante ciertos contextos y aparatos represivos, la literatura tiende a asumir un papel disidente, contestatario o subversivo, una resistencia en las esferas de lo político, estético, religioso o filosófico. Con lo mencionado hasta ahora pueden identificarse cuatro esferas de relación y análisis. La primera corresponde al poder de la literatura. En cuanto a la segunda y tercera esfera, siguiendo a Bowman y Woolf, distinguiremos entre el “poder ejercido sobre los textos” (18) y el “poder ejercido mediante el uso de los textos” (20). La cuarta la constituyen expresiones explícitas o literales de resistencia en la literatura. Antes de continuar vale descubrir dos interesantes paradojas. Por una parte, se ha comprobado que la escritura o, en nuestro caso, un texto o un conjunto de textos literarios, por sí mismos carecen de la fuerza suficiente como para producir cambios y revoluciones sociales, intelectuales (Bowman y Woolf: 13) o estéticas. Más bien o simplemente, forman parte de un contexto constituido por una compleja red de circunstancias espaciotemporales que originan dichos acontecimientos. Pero, como veremos, paradójicamente, a lo largo de los siglos han sido tan numerosos como dramáticos los casos en que un grupo hace uso ilegítimo de su poder para censurar cierto tipo de literatura. Por otra parte, el poder manifiesto de la literatura entra en el ámbito de lo legítimo y hasta lo inocuo en esencia porque el lector tiene la facultad de aceptar, rechazar o cuestionar el modelo de mundo representado por el texto y propuesto por el escritor a través de acciones que van desde el derecho de no terminar de leer un libro hasta asumir o vivir según tal modelo de mundo. Sin embargo, no son pocos los escritores que han resaltado la influencia que tiene la literatura a nivel individual. Incluso podría decirse que, en límites extremos, destacan una serie de lamentables

RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3